Me vi postrado en mi ventana absorto ante aquel espectacular cielo. Realmente era un balcón a un trocito de la magia de la noche. Y aquellos atardeceres plagados de cirros que antecedían su llegada sumían en mí la liberación del alma. Veía a mi mundo como un pájaro migrando, buscando llegar a otros lugares.
La habitación que daba a aquella azotea era fantásticamente calmada. Pasaba allí la mayoría del día, alternaba mi escritorio y la cornisa de la enigmática terraza, tratando de vislumbrar el esclarecimiento que se aloja detrás del apego. Observé muchas cosas que enturbiaban mi esencia y, al conocerlas, pude empezar a curarme.
Etapas por las que nos dejamos guiar... Sabía que todo al final acabaría por llevarme a terminar de liberar mi ser, mi esencia perdida en un sistema esclavista. Y así fue como encontré el tesoro en la isla desierta de mi corazón: Libertad.