Acuden rápido
ráfagas de recuerdos opresivos.
Sistemas numéricos, intelectos
decisivos, pizarras impolutas
de dual blancura. Internados
instalados sobre monturas
de roca calcárea, de sombras
incesantes, estalactitas reunidas
en una lenta procesión de estudiantes
adormecidos y bruscos. Institutos
de castración química, sustitutos
del profesor conventual, recibos
bancarios que eliminan la ruptura
de las llamas titubeantes, sigilosas.
De súbito me oprimen nuevas cadenas:
espacios en blanco, nevadas intensas,
sueños de algarabía, besos en la aurora
ilimitada. Yo observo
mi propio cuerpo descender
escaleras y tramos disueltos, sombrías
gestaciones de palacios invernales,
de tuberías intactas, de metales reticentes,
que oprimían mi interés desinteresado
por las fórmulas de cortesía mundana.
Veo, observo, esa estilográfica conjetural,
la apacible moneda de los domingos, los extractos
de luz acuosa, de verde mirada, observándome
y completando
lo sinuoso de mi vida, que parte de cero.
Agarro el estrépito de conjuntos y planetas,
los inválidos jazmines de las aceras, de las constelaciones
implantadas, de los cráneos fugitivos, que interrogaban
mi cerebro, colmándolo de preguntas y vocabularios.
Llevo todavía el secreto de los estigmas, de las herejías
que estimulaban mi deseo adolescente, incorruptos.
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