Pero las cartas van llegando cuando vamos saliendo, cuando el juego nos aburre es cuando comienza a ponerse bueno.
Y a menos de que seamos apostadores empedernidos, no podemos volver a mirar las cartas sin tanto tedio, desazón, rabia o incredulidad.
Ahora salís, digo indignado... no sabes cuánto perdí buscándote y no te animabas a venir che.
Ahora que estás aquí ya no vales para nada.
¡Estoy arruinado! expreso junto a unas lágrimas tragicómicas, incrédulas, agridulces de tanta rabia y esperanza.
Esto tras ganar la única y la última partida de la noche.