Robotín

Melancólica tecnología

En un mundo donde las personas se parecen cada vez más a los robots y los robots a las personas, me siento desubicado. A veces me cuesta distinguir si soy un aparato sentimental o un sensible aparatoso. Por suerte, veo que sigo teniendo los engranajes a flor de carcasa.

A primera hora de la mañana, cuando la ciudad comienza a bullir y mil corazones cifrados de extremo a extremo se dirigen a cumplir con sus quehaceres, me atiende un funcionario que echa chispas y se le están cruzando los cables.

Yo tengo el cobertizo manga por hombro y necesito un robot aspirador todoterreno. De pronto llaman a la puerta y cuando abro, un teléfono inteligente me apunta con un revólver: \"¡O me compras o eres hombre muerto! No sería el primer aparato que ha apretado el gatillo hasta obligarle a maullar.\" \"¡Oh, cielo santo! Dame un minuto, a ver si el cajero se compadece de mi situación y me sufraga tu adquisición. Por cierto, ¿no tendrás también función aspiradora? Me vendría de perlas\". \"Yo solo aspiro a que me compres, ¡Y ya mismo!\"

Es entonces cuando me viene al procesador aquellos tiempos cuando apenas era un prototipo y era yo quien daba órdenes a Super Mario. En mis pimeros años de vida útil, mientras me ajustaban las coordenadas y aún no había completado mi rodaje, pisé una mierda de perro y al analizarla supe que se trataba de un perro señorito, de los que no comen huesos porque una astilla se le podría atravesar entre la glotis y el duodeno. Aquel paso en falso me dio un aviso del oscuro futuro que se avecinaba. Fue por aquel entonces cuando pillé el virus del sarampión informático y estuve a punto de colapsar. Mi pintura metalizada se llenó de ampollas. Menos mal que en el sanatorio consiguieron resetearme. Eran tiempos llenos de peligros pero al menos existía cierta conexión vía satélite con la luna.

Para más inri, mientras rememoro mi pasado más luminoso, la patética sonata del piano que se toca solo suena de fondo igual que si sonara de superficie.