Si de manera más o menos afortunada llegaste
a ese día en que te atraen más las hijas
veinticincoañeras que sus madres de tu edad,
(que sepas que a ellas les pasa lo mismo con vosotros),
o en que comienzas a imaginar con cierto agrado
el hallazgo de un nuevo virus capaz de acabar
con la especie humana en un par de años.
Si te encuentras en ese minoritario grupo de tu generación
que no es adicto a colaborar con el enriquecimiento
de las grandes compañías de TV de pago, a la incontenible
y desmesurada proliferación de bares de barrio,
al parchís de pastillas multicolor en tres tomas diarias,
al auge de las nuevas tecnologías informáticas
en cuanto al sector del porno,
a la búsqueda de la media naranja (o algo parecido)
en las webs de incomprendidos y raritos asociales,
o al de los foros conspirativistas y de poesía romántica...
Y si a estas alturas observas el telediario como un remake
surrealista, los políticos ya ni siquiera te revuelven las tripas
y los asesinos psicópatas te dan sueño.
Si se te pasa por la cabeza desheredar a tus descendientes
en favor de una asociación protectora de patos oriundos
del sudeste de la Patagonia en peligro de extinción.
Si a ratos te vuelves a ver corriendo a trompicones
por aquellas aceras de la niñez
tras el inalcanzable paso de tu ayer joven padre.
Si ya te cansaste de esperar que Dios regresara de ir el octavo día a por tabaco,
y estás pensando escribir un libro
acerca de cómo llegar a los 50 y no haber sucumbido
a encontrar el sentido de la existencia
durante los 90 minutos de fútbol semanales.
Si te aterra empezar a preocuparte por el tiempo que hará mañana,
el apetito de las palomas
y la evolución de la obra de la esquina...
O si se te acabó el repertorio de metáforas
y empiezas a coger cariño a ese entrañable
y desastroso superviviente que asoma con creciente timidez
y resignación en los espejos. Si por fin
descubriste que el huevo y la gallina fueron
después de la invención del derecho romano
y antes del Let It Be de los Beatles,
los preservativos con sabor a fresa y raíz de jengibre
te producen disfunción psicosomática y amago de reuma,
ya no vas con los indios ni con los vaqueros,
en la cola de los conciertos heavys y ochenteros
te sube el ego ante las barrigas y las calvicies ajenas,
la montaña te da vértigo y la playa te recuerda
al Juicio Final de Miguel Angel en la Capilla Sixtina.
Y además te pone Madrid los domingos nocturnos
y tormentosos de agosto
(y la echas de menos con locura...)
Irremediablemente estás a punto de llegar a ese lugar
donde convergen los amargados terminales,
los poetas a jornada completa de internet,
los puteros filántropos,
los que ya les sientan fatal las drogas
y/o los peters pan con ciática contagiosa
y discurso de destrucción masiva.
¡Felicidades compañero!,
pero por si acaso, no se te ocurra llamarme
... que ya me apaño solo.