¡Encima de los relojes vacíos: la lluvia!
¡Debajo de la oración: los penitentes!
El hombre pequeño se encoje copa en mano
mientras piensa en saltar
de una nube a otra, de un equinoccio
a otro, de una gota de miedo a otra.
La noche alza sus velas, se envuelve de frío,
el olvido arde,
con esa mirada plana del hacha aclimatado
a los destinos ya quebrados.
Y quien más que la lluvia para llenar las copas
de ese otro brindis,
que sabemos, descifra y ausculta
el fondo de nuestra deriva existencial.
Quien más que el silencio para sellarnos
la boca ígnea del sollozo
en nuestro propio funeral, en la deserción
hacia los bosques sin rostro donde el sueño
amanece.
¡Encima de la memoria: un beso!
¡Debajo de la aurora: amanezco contigo!