Tarazona, febrero de 2012
No seré yo viejo
cuando cumpla muchos años,
ni cuando la enfermedad me rinda,
ni cuando las ilusiones sean
deseos irrealizables,
no,
yo comenzaré a ser anciano
cuando alguien,
en una conversación,
me acaricie la cara
como respuesta a mis frases.
Hace días pasé
cariñosamente mi mano
por la mejilla arrugada de mi madre,
al responderme,
con una frase imposible,
a una cuestión
puramente prosaica,
y, en ese roce filial,
noté el prólogo inicial
de la vejez de mi madre.