Hermann Garcia
Sucedió un día de abril...
Sucedió un día de abril, fue a eso de las dos de la tarde, hacía frío, ellos platicaban junto a la banca del parque de la universidad donde estudiaban, hacía ya tiempo que él le había declarado su amor a ella, quien asustada le contesto que solo eran amigos y que sería mejor así, él, persistente, continuó cortejándola varias veces más, siempre encontraba la misma respuesta, pero ese día de abril fue mágico, especial, sin darse cuenta los dos se dirigían a tomar el autobús que los llevaría a sus respectivos hogares cuando se abrasaron, se podía pretextar que fue el efecto del clima, pero no fue así, algún tipo de magnetismo los unió, ellos no se daban cuenta de ello, seguían por el camino sin percatarse que las demás personas los veían juntos, como pareja amorosa... Más tarde junto a la casa de ella, él intentó besarla, ella cerró los ojos, sentía el calor de él, su respiración, el latir de sus corazones se confundía, él abrió los ojos y la miro, estaba petrificada, pálida, temblando, con los labios dispuestos al beso, pero con la conciencia insegura... Él tuvo que caminar de regreso a su casa, eran un par de kilómetros los cuales le dieron tiempo para pensar en lo sucedido, no la pudo besa, no se sintió capaz, se martirizó durante el trayecto... En su recamara, angustiado por volverla a ver, el sueño no acudía a sus suplicas y la veía a ella, su suave rostro, dócil, bello, fino, sus ojos temerosos pero arriesgados, sus labios finos, mágicos, somnolientos, la barbilla seductora, el cabello sedoso... Cayó en un profundo sueño, en el se repetía lo vivido, solamente que esta vez ninguno dudó, se besaron amorosamente, se dijeron que no podrían vivir el uno sin el otro, se prometieron jamás separarse, hacer una familia y envejecer juntos... Ella, después de despedir a él se recostó en el sillón e imagino que le hacía falta el aire, no podía estar un segundo más sin él, tomo el teléfono y le llamó, era lógico, hacía apenas un par de minutos de la marcha de él, no era posible que hubiera llegado a su hogar tan pronto... Ella le comentó a su madre que estaba enamorada, que había conocido al amor de su vida, la madre en tono de burla, le comentó que era muy chica para saber que era el amor y le prohibió que volviera a verlo, que solamente le traería problemas... Hoy es el día de la boda de ella, no se casará con él, a pesar de la suplica que le hiciera la mamá de ella, así estaba establecido por el destino, ella contraería nupcias con otro y le daría un hijo, mientras que él la esperaría, y la rechazaría cuando esto sucediera... Diez años ya han pasado desde aquel maravilloso abril, ella está separada de el otro y carga en sus brazos a una pequeña, él sigue esperándola... Él desconoce el paradero de ella, no la busca, se cansó de hacerlo, solamente le llama en sus pensamientos, ignora que ella lo busca desesperadamente para consumar su amor contrariado y sigue vagando por el mundo contando la historia de ella y él... Muchos dicen que es un pobre vagabundo que cuenta historias por un pedazo de pan o un poco de agua, sus barbas y cabellos parecen no haber sido recortado por más de 10 años, huele limpio, aunque se baña solamente dos veces a la semana, sus ropas son viejas, pero limpias y su dentadura impecable, camina como un ser sin prisa, seguro de a donde va, se transporta solamente sobre sus piernas y nunca acepta que lo lleven en carro alguno, siempre se le encuentra cuando se necesita de un buen consejo, consuelo o duda, jamás se sabe de él en los momentos de alegría, no tiene casa, dice que el cielo es su techo y las hojas de los árboles sus cobijas... Un día, en el parque, afuera de lo que era anteriormente la universidad donde estudiaron ella y él, se acercó una dulce ancianita a un pobre viejo que se había quedado dormido en la banca más próxima, la anciana lo despertó y le comentó que el camión de las dos de la tarde estaba a punto de arribar, el anciano, era él y miró fijamente los ojos titubeantes de la anciana y reconoció inmediatamente que eran muy parecidos a los de ella, su amada, pero estaba seguro que no lo eran, más tarde se enteró que aquella anciana era la hija que ella había procreado con él y que hacía sesenta años que había fallecido ella... Cuando aún eran jóvenes, ella y él se conocieron por azares de la vida, como suele suceder con los grandes amores de las novelas ambos tenían diecinueve años y coincidieron en un salón de clases de la Universidad que estudiaban...