Solo quería una casita
junto a un lago,
con un perro
que le hiciera de lazarillo
y le enseñara a bailar
y una caña para pescar
al estilo a la mosca o fly cast,
música de los Beatles
y de alguno de esos grupos
tan singular,
que canta en las calles sin parar
a esas horas en que se sale a pasear.
¡París, la estación Châtelet,
que delirio,
Vanupié - ROCKADOWN,
¡a todo ritmo, ya!
Y murió sin rechistar
fue en mitad de un desayuno
que no se llegó a terminar.
Sin flores, sin palabras,
sin un pensar.
Sin amigos
a los que un breve poema dedicar.
Sin gato a su lado
al que poder la mano pasar
y así acariciar.
Sin recuerdos,
ninguno en especial,
en su responso
al menos mencionar.
Todo fue muy ambiguo,
todo fue muy singular,
y es que les voy a explicar
que a este ser tan particular
le vino por la cabeza,
en ese último minuto
de prorroga de vida infernal,
que acababa de cantar
¡bingo!
y que toda la sala se alzaba
y aplaudía sin cesar.
Del difunto
que en este poema
ha venido definitivamente a habitar
solo queda
lo que se acaba de contar,
SU SOLEDAD,
todo lo demás
forma ya parte del olvido
y de la eternidad.
¡París, la estación Châtelet,
que delirio,
Vanupié - ROCKADOWN,
a todo ritmo, ya!