Ya no le temo a la muerte acosadora,
con su turno de hechos, rápido y lento.
Estrechez del alma que se hace viento,
ave, que come de mi alma abrazadora.
Allí, ha sacado de mi mano salvadora,
las últimas postales teñidas de aliento,
luego ha emigrado con vuelo violento,
hacia una esperanza más abrigadora.
Sólo, al borde de la muerte seguidora,
hay un tiempo, que dice lo que siento,
soplo, que de un segundo, pasa a hora…
Al final, un efecto que quema y evapora,
va adosándome a una mesa sin cuento,
donde un torbellino de vida me enamora.