ROMANCE DE LOS OJOS TRISTES
Era una tarde divina
y ya el sol iba a esconderse,
los grillos tarareaban
la alabanza de ese viernes,
todos se habían marchado,
solo quedaba un rebelde;
ese que escribe poemas
a una dama de ojos verdes.
Ella, que estaba sonriendo
y yo, quien era un presente
nos lanzamos al crepúsculo
como un río que se extiende.
Su mirada cual cuchillo
recortando mil pasteles,
mas yo, con una sonrisa
suspiraba como sierpe.
Algo, algo notó ella en mí,
que me dijo con reveses:
¿Has perdido algún tesoro,
anda y dime lo más breve?
En mi vida de disfraces
siempre he sido yo la peste,
espero, que con vocablos
hasta lo profundo llegues,
por favor, no me entristezcas,
no, no me hagas que lo piense,
sobrevivo del delirio
que me causan los vaivenes,
que estos ojos te impresionen
y así digan tus papeles:
que has hallado con orgullo
un tesoro en las mujeres.
En eso sentí en el pecho
derrumbarse un clarinete
y le dije tan absorto:
El amor todo lo vence.
Mas ella cubierta en lágrimas,
dejó caer sus semestres;
y allí, muy triste y cansada
a ella, a ella atacó la muerte.
Mis nervios nunca lo aceptan,
mis ojos jamás lo creen:
murió la mujer preciosa,
pues, eran las cinco y trece...
Samuel Dixon