Alberto Escobar

No me hablen

 

La política es el arte 
de abrirse camino
entre cadáveres. 

—La fiesta del chivo. 

 

 

No me hablen de política,
no tengo ganas de enfadarme.
La Política sobra cuando te asomas
a un balcón, de esos de geranios,
de esos de barandilla marrón oscuro,
de una madera sospechosa, de celosía
árabe ocultando unos trastos, vieja,
raída por los años y la historia. 
No me hablen de eso porque quiero
perderme mejor entre los gritos
que los tenderos lanzan al vecindario
para que la verdura y el pescado 
no acaben llenando un cubo de basura. 
No, porque la política con minúsculas,
esa que se pregona en los medios, es hija
de las arengas que los crecepelistas,
subidos a sus carros, vociferaban a los incautos
allá por los principios del cine, y de esa
estoy cansado —La otra, la mayusculada,
brilla por su ausencia. 
No me hablen de política, no, que
no quiero enfadarme, no quiero. 
Creo solo en la Política del que a pie
camina las calles cada día en busca de pan, 
del que, con agujeros en el zapato 
de tanto andar, se bebe el agua de los charcos,
del que pide sentado, con las palmas
hacia arriba, porque no tiene fuerzas
para hacerlo de pie, y del que se quita de la boca
su sustento para quienes pían, como los pájaros.
Cuando lo esencial se endiosa, se hace materia,
pierde su esencia, su razón primera de ser.  
Cuando un cura de barrio —ese que sabe 
de la desgracia del desgraciado porque vive
al lado de su casa—, se convierte en arzobispo
pierde su perspectiva, y se convierte en Dios,
en un dios seco, ausente, sin sentido...
Lo mismo pasa con la política...