Decidí aventurarme y tomar el sendero difícil que se abría a la izquierda del
que siempre andaba. Costó decidirme, pero el misterio que emanaba de aquel
oscuro entramado de árboles longevos, me llamó a adentrarme como en una
película de fantasía. Con una intensa ola de miedo y curiosidad a mis espaldas,
mis pies caminaron solos.
El sonido de las hojas me acompañaba a cada paso. La tenue luz que las
copas densas de aquellos olmos y álamos permitían que pasase, junto a las mil
sombras entramadas de sus ramas, daban un aspecto muy tenebroso a aquel
lugar, poco o nada transitado por criaturas humanas. Se oían aves, insectos y
todo tipo de alimañas en la espesura. Mil ojos me observaban. Podía sentirlos
analizar el posible peligro de mi presencia en aquel lugar. Yo era la novedad. \"El
bosque había evolucionado para dar un aspecto poco entrañable y así alejar a
los y las inconscientes que no sabían apreciar su belleza\", pensé. Aquel era un
lugar virgen, donde la mano del hombre hacía mucho que no dañaba. O eso
creía.
Miré el reloj y me di cuenta que llevaba veinte minutos caminando y
reflexioné sobre la artificialidad del tiempo. La hora era solo un sistema para
organizarnos, pero se había convertido en un verdugo de nuestra especie. No
se podía habitar el tiempo. Era solo una herramienta. No sentía el transcurso
del tiempo en aquel lugar. Cada inspiración era un nuevo instante o lo que me
conectaba al presente permanente, que era la vida. No había pasados ni
futuros, todo era un ahora en continuo devenir con el avanzar de mi caminar.
De repente, noté una mano en el hombro. El sobresalto ocasionó una
corazonada que cargó de adrenalina todos los músculos de mi cuerpo. Esprinté
y corrí como si la muerte me respirase en el cuello. Al momento, noté que
nadie me seguía. Habría sido una rama de las miles que cruzaban aquel
sendero tortuoso. Quizás un ruiseñor aletargado o un escarabajo en vuelo hacia
la zona de apareamiento.
Lo impactante llegó al cerciorarme que no había sendero detrás de mí. Una
batida de aire frío recorrió mi ser. Estaba aterrorizado. Decidí mantener la
calma. No había humanos en aquel lugar, nadie podía hacerme daño.
Simplemente me habría distraído mientras corría como un loco por el roce de
un chopo. La leve calzada no debía estar lejos de donde me encontraba. La
seguiría y regresaría a mi mundo.
Como es de esperar, querido lector y querida lectora, el ocaso trajo la
noche en brazos a la selva donde me hallaba perdido. Abatido, decidí pasarla
en el abrazo de un viejo álamo. Tenía una copa gloriosa que se tetrafurcaba
dando gruesas ramas que se superponían más arriba, celebrando el existir en
aquella tierra fértil. Después de todo, no se estaba tan mal en aquel lugar. Por
mucho que siguiera preocupándome, no iba a cambiar mi situación. La acepté
y decidí disfrutar de la noche en aquel enigmático bosque. Hacía una
temperatura agradable. El microclima era húmedo. Miles de estrellas se
entreveían en el agujereado techo que confeccionaban los brazos del ser que
me permitía descansar aquella noche en ellos. Me sentí protegido de
serpientes, escorpiones y arácnidos que merodeban por el suelo. La quietud
permitió escuchar el rugido de la vida en la noche. Me embriagué de aquellos
sonidos de anfibios, búhos y grillos. Llegó un momento en que mis tímpanos
vibraron con las ondas sonoras del fluir del agua. Ahí fui consciente de que no
más lejos de cinco metros de allí, debía haber un riachuelo que inyectaba vida
a aquel paraíso. Poco a poco, con la estampa del danzar de las luciérnagas en
la oscuridad, mis ojos se iban cerrando. Entré en un sueño profundo.
Amaneció y súbitamente sentí mi alma volver a mi cuerpo. Era la primera
vez en mucho tiempo que despertaba con la paz con la que se saborea la brisa.
Sin prisas, me incorporé y bostecé profundamente, desperezándome. Al mirar
hacia abajo para bajarme de un salto, me quedé sorprendido. Un leve sendero
se abría ante mí como si el camino me hubiese encontrado sin yo buscarlo.
Solo tomé la decisión de entregarme al mágico momento que se manifestaba y
que me incluía a mí. Seguí el sendero y salí del bosque. Caminé hasta el coche
y mientras mi casette reproducía \"three little birds\", conduje hasta casa.
Aunque quizás mi casa fuese cualquier parte del mundo cuando me conectaba
a mí, a la vida.