~ * ~Sinopsis:
~ * ~En la relación entre Justo y Augusta se halla la marea alta y todo sucede en el mes de agosto del año 1920...
Corre el mes de agosto del 1920. Justo es un carpintero de ardua labor. Justo siente a la vida justa como el vaivén de las olas de ese mar en pináculo alto. Y la vida de Augusta, su esposa, ayuda a Justo en todo, menos en ser carpintero, ella, aunque supiera de la materia no desea inmiscuirse entre la madera del ébano o nogal. Mientras que Justo labora como carpintero, a Augusta le gusta escuchar canciones con el violín. Augusta es una mujer de edad avanzada, y tiene cabellos negros, ojos negros, pero, una inteligencia en experiencia autónoma, mientras que Justo es justo con todo lo que tiene, una casa, un automóvil y una experiencia sólo en ser carpintero, ayudando en lo que puede a los demás como siempre. Corre el mes de agosto del 1920, y Augusta, se atreve a servir la cena en la mesa por donde ya corre la marea alta entre Justo y Augusta por el temor de ser siempre la comidilla social del evento más impredecible del año, la competencia de carpinteros. La vida de Augusta se entristeció por tanto y por demás cuando en la salvedad incierta en ver que la sal había caído de la mesa en donde se sirve el plato principal y sirve como preámbulo de la mala superstición. Y, aunque, el embate de dar una sola salida se siente Augusta como una sola mujer en eterna soledad. Y todo es porque el desastre de creer en el amor eterno destila la esencia en el amor a toda costa entre Justo y Augusta. Y el amor, sólo el amor entre Justo y Augusta era solamente de pasión, de vehemente carnal, y de una pasión adiestrada por tanta experiencia en el amor. Y de esa pasión y de ese augurio carnal del amor entre Justo y Augusta fue a la deriva como sosteniendo los latidos en el solo corazón. Porque cuando Justo se vio indeciso por cual obra competir en la competencia de carpintero en el mes de agosto fue como el suburbio autónomo de la pureza y de la fría verdad. Justo posee uno de los tiempos más indelebles en que sólo se percibe que sus obras son indiscutiblemente las más originales. Justo no sabe qué hacer si competir y ser el mejor o no competir y quedarse con la cara al sol y con todo el sudor que desbordó por una labor tan ardua. Si el funesto momento quedó como sintiendo en el recelo de la verdad una conmísera certeza, en la cual, se debe a que el silencio entre la relación de Justo y Augusta no le gusta.
Mientras que el mes de agosto corre en el año 1920. El hogar de Justo es un hogar elaborado siempre por ser carpintero si tiene muebles rústicos hechos con madera del ébano o nogal o la sequoia la madera más cara de todos los tiempos. Mientras Justo se prepara para ser el competidor número uno de la temporada de competencia de carpinteros, Augusta escucha música clásica con un grupo de violinistas de la ciudad cerca de su hogar. Augusta se sienta en una de las sillas más bellas y más confeccionadas por su esposo Justo, en la cual, se perfila que ganará la competencia porque realmente es grandioso y es todo un Dios en ser un buen carpintero. Augusta piensa mientras escucha el concierto de violines cerca de su hogar siempre a las 3:00 de la tarde, que en realidad la marea alta se ve venir, y todo porque la relación se ha ido a gravitación, se ha perdido el amor y la pasión vehemente y la conmísera atracción de creer en el amor a toda costa se ha ido por fuerza y por voluntad carente en insolvencia la relación hacia la cúspide o como el mar que tiene de frente Augusta en el pináculo de ese mar atraído por los olas y más por la marea alta. Augusta piensa que Justo ya no la ama, y Justo piensa lo mismo recíprocamente. Sólo el silencio, el amor sin pasión ni amor, un beso sin beso, y una caricia sin ser caricia se torna exasperante la relación que se cree que no llegará a sobrevivir por mucho tiempo. Mientras que la vida corre como viento veloz que les roza en la piel, y se hace tarde para cocinar, Augusta se levanta de la silla más cómoda que encontró para sentarse y escuchar el ̈pizzicato ̈ entre violines y acordeones. Augusta sabe una cosa y que aquella sal que se le había derramado en la mesa tenía mala suerte. La vida de Justo siempre tratando de ser justo, comprensible, compasivo y neutral cuando había que juzgar un instante, en el cual, se torna nulo su forma de juzgar y todo por ser justo. Augusta comienza a edificar su terreno para pelear en contra de la verdad y en realidad que no es muy certera, cuando ocurre el mal trance de ver y de saber la verdad. Cuando la verdad que casi se percibe como un delirio delirante de creer en el alma desierta en que casi se torna áspero o como la misma hiel de un frío camino. Y Augusta como en el instante de creer que su alma va por un buen destino se aferra a la idea de saber que el futuro es tan verdadero como tan falso si comienza a cambiar su presente. Y se edificó la forma y la estructura en saber que a Augusta lo que le gusta es escuchar a esos violines tocar su más inmensa técnica el ̈pizzicato ̈. Y mientras que Augusta sentada en las afueras de su propio hogar y sentada sobre una silla confeccionada por el más grande de los carpinteros, su marido llamado Justo y sí que era justo el hombre, cuando debate una conmísera atracción como el padre del Cristo, siendo José el más grande de los carpinteros. Y, sí, que era Justo un gran carpintero, pues, entre su más inmensa obra está el nacimiento del Cristo en madera del ébano. Y Justo con esa obra del nacimiento no era precisamente con la que competirá en la competencia de carpinteros nacionales. Mientras que a Augusta le gusta escuchar a los violines que se escuchan cerca de su hogar, se vio intransigente e indeleble como el mismo corazón sólo escuchando el recelo de creer que son canciones para su oír. Y sólo quiso Justo ser justo en la vida si la vida es como competir con él mismo sobre su venidero porvenir. Justo se vio como el dolor efímero y atrayente en edificar la razón en caer sobre el mismo sabor de vida cuando en el delirio sosegado de creer en la sazón de Augusta elaborando su plato favorito se vio incongruente al percibir un frío sobre su máxima piel. Justo y Augusta ya no dialogan como antes lo hacían en privado y ya la marea alta se veía llegar en el hogar de Justo y Augusta. Porque en realidad que el destino es frío como la nieve y tan incolora como el mismo viento álgido se dice Augusta. Y Augusta se siente como la desolación sin finiquitar y sin resistir más ni más, como el aire sosegado de un sólo mal destino cuando en el hambre y más en la sed se torna desesperada e inocua. Y por delante y de una sola ira se percibe como el ritmo sustituyendo a los ¨pizzicatos¨ de los violines que Augusta escucha desde el patio delantero de su hogar. Y, así, quedó con el fracaso casi llegar en la comarca y en la comitiva de ver enfrentarse hacia la misma marea alta. Cuando se logra derribar el comienzo y más que eso el desastre de vivir con el agua hasta el cuello. Y así se veía venir el irrumpimiento entre la relación de Justo y Augusta, cuando en el recelo de la existencia se torna exasperación y delicadamente se torna inoperante el alma sin la luz que emana del cuerpo y de los ojos. Cuando quedó la relación entre dos cometas de luz, como el aire o como el deseo de ver al cielo de mágico color cuando el sol aunque se haya ocultado con los nubarrones de una rica tempestad y de una tormenta casi impredecible. Cuando se encrudece de ritmo la verdad es que cuando comienza a decaer en el recelo de la existencia efímera. Cuando quedó Justo como injusta es a veces la vida y la existencia para con algunos semejantes. Y Augusta escuchando los violines cerca del patio de su hogar sentada en la silla más laboriosa por el carpintero Justo y esa silla la elaboró con madera nogal, de color marrón pardo o casi con un tono grisáceo. Y se volvió intrascendente la silla de Justo ya casi la termina, pero, Augusta en las tardes del mes de agosto se sienta ahí a escuchar los violines cerca de su hogar. Cuando en el pasaje de ida y sin regresos en el amanecer en su hogar se escuchar el trinar de aves volando cerca de su hogar y ella no puede comparar el sonido majestuoso de los violines con el trinar de los aves cuando no es sólo un cantar natural sino que es obra perfecta del creador y eso a Augusta lo respeta, pero, que en verdad a Augusta le gusta más el sonido intransigente, trascendental y espectacular del sonido de esos violines. Y hasta Augusta ya sabe distinguir entre notas graves y agudas de ese cantar de los violines majestuosos que entonan los niños cerca de un complejo cerca de su hogar.
Y Justo siendo justo en su débil y rudo y tan raudo camino se vio el mismo dolor. Y como un carpintero de la vida sólo se electrizó su forma de sentir como tan sólo un hombre siendo y tan justo como el dolor de un siervo a su amo o señor cuando es realmente leal. La vida de Justo se vio intrascendente cuando ocurre en el mismo cielo el combate de creer en la manera de dar una sola señal mortífera dando señal hacia el mismo camino sin precedente y era el de ser carpintero como de costumbre. Si a Augusta lo que le frustra es ser como la comidilla social dejando abrir brechas en el camino de una marea alta como lo que se avecina en su débil relación. Y era Augusta la que siempre escucha el sonido de los violines cerca de su hogar cuando está sentada frente a ese sonido majestuoso del violín cuando en la silla confeccionada por el carpintero llamado Justo era justo que se sentará allí para escuchar el sonido majestuoso del violín y cuando logran llegar al ̈pizzicato ̈ es cuando a Augusta le gusta y le agrada escuchar el sonido del violín de esos niños, por lo cual, le hacen la vida feliz. Cuando en el horizonte de la marea alta entre la relación de Augusta y Justo se vio el horizonte claro y muy cerca a la vida de Augusta y de Justo. Y Justo siendo justo en su camino como carpintero se enaltece como el dolor y más como el dolor de un sólo mañana en que comienza a decaer en el horizonte la verdad pura y más efímera entre la relación de Augusta y Justo. Y más como la calma y el horizonte se vio Augusta como Justo en el trance de la verdad se electrizó la forma más adecuada de creer en el paraje de la vida como un paradero de la cruel existencia. Cuando en la alborada comenzando el sol en crepúsculo se vio Augusta sentada en esa silla confeccionada con madera nogal de esa color marrón pardo o un color de un todo grisáceo, se tornó cada vez más exasperante su cómoda silla donde comienza en la mañana a escuchar el ̈pizzicato ̈ de violines cerca de su hogar cuando ocurre el peor de los accidentes con Justo. Cuando en el altercado frío de ese cruel accidente de Justo se vio intrascendente como la misma época en que se vive y se desvive. Justo se corta la mano con la sierra y es un accidente pequeño, pero, una herida devastada para la vida de Augusta. Augusta se muere de miedos casi al perder a Justo, cuando la verdad se entristece de un sólo espanto y tan seguro como perder el miedo de creer que perderá de vista la vida de Justo a su esposo. Cuando en el altercado frío de creer en el alma de Justo se vio incoloro, intrascendente cuando en el alma de Justo se vio incoloro, cruel y de un sólo tiempo cuando en el alma de creer en el combate en dar una conmísera mala atracción de dar una sola salvación. Y Augusta creó lo más imposible cuando en el alma se dio como lo más imposible en creer en el alma sosegada de un espanto nocturno, cuando casi se muere del susto o miedo por perder casi la vida de Justo. Y al otro día en el tiempo y más sentada en la silla donde la confeccionó Justo y que será tal vez la pieza con que compita el carpintero en la competencia de carpinteros de la zona. Y Augusta sentada en esa silla donde se pasea el sonido más majestuoso del violín en la zona cerca de su hogar. Y, allí, Augusta sentada mirando y observando la vida y más que eso el sonido de los violines cerca de su hogar por donde se siente el deseo del romanticismo a la luz de la luna, cuando se percibe que el amor acecha como manera de creer en el alma ciega de un sólo espanto. Y se dio lo más majestuoso un sonido al ̈pizzicato ̈ de un violín cercano a su hogar cuando ocurre lo más nuevo de la vejez, un nuevo amor de esos en que el amor lo era todo cuando se acerca en la acera un señor de edad avanzada a platicar y a dialogar con Augusta acerca del ̈pizzicato ̈ y de esos violines de los niños que cantan melodías y con notas agudas y graves deseando ir hasta donde esos niños y felicitar por tan hermosa melodía majestuosa. Y se ve venir la marea alta entre la relación de Augusta y Justo cuando en el trance de la verdad quedó como el frío y tan gélido el viento cayendo por una montaña o por un barranco el alma y más el amor de Augusta y Justo. Y la relación entre Justo y Augusta quedó como la marea alta cayendo en el silencio y más en el cruel desenlace de caer por el mal tiempo o decayendo por un mal impetuoso y tan funesto instante cuando en el alma de Augusta y Justo, el justo ante Dios y que era casi como la vida del Cristo. Y Augusta sentada en esa silla quedó adherida de tiempo y de un sólo silencio en que el alma quedó como el tiempo o como el veraniego del dolor después de ese mes de julio cuando corre ya el mes de agosto del 1920. Cuando ya casi se acerca la primera competencia de carpinteros de la zona más prestigiosa elaborada y confeccionada con la carpintería. Cuando ocurre el trance directo de la fría verdad en que Justo casi sale descalificado de la competencia por su accidente en la mano y sin saber que Justo como siendo el justo de la vida, se vio friolero como el viento o como el más afanado carpintero y tan asiduo como la misma madera con que Justo elabora sus invenciones clásicas como mueblería confeccionadas con madera nogal y el ébano. Cuando en el convite de la competencia se siente como el pasaje de ir y sin regresos cuando la competencia se ve llegar como la marea más alta de todo el mes de agosto del 1920. Y era casi otoño, un otoño seco, rudo, y trunco, y tan tosco como el ademán frío de un viento en cada piel. Porque Augusta quedó platicando con el señor de edad avanzada cerca de la acera, si era un viejo transeúnte que cruza por la acera, desde que el deseo se convirtió en el alma cerca una luz condescendiente. Y esa luz condescendiente era como la nueva vida o como la nueva época en que se vive y se desvive. Porque en el encierro de un sólo por qué se desnuda la vida en que la luz de esa nueva amistad resurge el alma y la vida como una bella luz como la misma luz de las estrellas. Cuando en el alma de Augusta se vio como el principio de un sólo por qué desnudo y tan real como la pureza e impoluta verdad cuando habla y responde con una sola verdad en que platica Augusta con el señor. Cuando en el alma de Augusta pasó desapercibida como el aire o como el mismo viento en que le trae el recuerdo cantando los violines con el ̈pizzicato ̈ y con la entonación fría y majestuosa de los niños que cantan al violín. Y, allí, Augusta sentada casi frente a la acera acecha con escuchar a los violines de los niños cerca de su hogar. Y Augusta sentada en la silla desnuda de pasión, de vehemente amor y de un cariño sosegado de un sólo clandestino amor, quedó Augusta sentada en la misma silla que elaboró su esposo Justo, y siendo justo como el mismo Cristo regresó a la vida después de ese cruel y vil accidente en su mano con la sierra. Y Justo con su mano vendada, herida y con un dolor frío y un álgido viento sólo en su piel quedó muerto de un espanto seguro. Y en esa relación se vio Augusta fría y mortífera de un temor y de un horror cuando vio llegar la marea alta en su larga existencia como esposa de Justo, y como el justo y como el verdadero Cristo. Cuando en el afán de creer en el combate de dar una relación extraordinaria en la relación entre Augusta y Justo se vio venir la marea alta en esa larga relación. Y mientras que convalece Justo con su mano herida con sierra, Augusta conoce a un señor transeúnte en la acera cerca de su hogar. Y Augusta como cree en el silencio automatizado en la espera en escuchar el sonido de esos violines mágicos de los niños que cantan melodiosamente las canciones en ¨pizzicato¨ en un violín de madera creyó que la magia era irreal, pero, era tan real como la misma impoluta verdad. Y Justo como todo carpintero sólo sueña con unir, otra vez, su relación con Augusta, deseando abrir el silencio entre ambos enmarcando un sonido majestuoso como esos violines que cantan los niños. Y en ese silencio automatizado en la espera automatizada de una espera se sintió como el sólo deseo de envenenar el alma con tiempos y con un silencio devastado en criar lo que dejó el tiempo: un amor. Y en el silencio automatizado de espera se vio incongruentemente atrevido el sol dejando ver la luz en esa larga existencia y en esa relación de larga duración como lo era entre Augusta y Justo. Y en el candor de la vida se vio como el reflejo claro y contraproducente de un sólo amor que vehemente y pasional era como un sólo amor de esos en que el alma da la luz y comienza a abrir el desenfreno eficaz de un sólo tormento. Y ese tormento entre Augusta y Justo se vio llegar la marea alta, cuando en el suburbio claro e incoloro de atraer el ademán frío de una sola relación se vio derribar la era como una época sin igual. Y era la relación de Augusta y Justo que llega a la gravitación y que logra enredar en el alma ciega un derrumbe total. Cuando en el albergue frío de entrever el alma a ciegas se convierte en una sola débil razón y en el alma se entrevé una frontera o una muralla alta en que sólo la relación va en picada. Y Augusta platicando con ese señor en la acera del sonido majestuoso de los violines de los niños que cantan cerca de su hogar y ella sentada en la misma silla, elaborada con madera nogal y de un color marrón pardo casi grisáceo se dedica en fuerza y voluntad en escuchar a esos violines con el ¨pizzicato¨ la nota más majestuosa que puede tocar un violín. Y escuchando esos violines cerca de su hogar y sin poder decir que le fascina escuchar a esos violines, a Justo ni a nadie más que al señor que la secunda con ese sonido que ella escucha de esos bellos violines que cantan melodías grandiosas.. Cuando en el alma y en el corazón se desviste de amores inconclusos se vio fríamente indecoroso como el alma y el corazón como así lo amerita. Y Augusta amena y tranquilamente platicando con ese señor que aparece de la nada, se vio friolera como friolenta al escuchar a esos violines como magia intrascendente, como un espíritu o un espectro alucinante, que por el cual, se escuchó como el sonido más majestuoso de la vida y más de la esencia quién toca y canta con el violín. Cuando Augusta y el señor se hacen cómplices de escuchar el sonido más indeleble como huella inconsciente e imborrable de creer en el alma una sola verdad inconsciente de que el violín era y es el sonido más hermoso que se puede escuchar desde allí, y Augusta sentada en la silla y platicando con el señor desde la acera. Y al pasar diez días en ese mismo mes de agosto del 1920 se vio Justo claramente sanado de la herida en su mano por una sierra. Justo como siendo tan justo como el mismo Cristo, quiso ser el verdadero carpintero que siempre ha deseado ser. Y Justo quiso más de lo que ofrece en ser carpintero, cuando en el afán de dar gloria y potestad a sus invenciones y confecciones en muebles de maderas finas se edificó el tormento de creer en el alma y más que eso su instinto de carpintero se aferró al deseo y al desconcierto efímero de creer en el alma sosegada de un sólo tiempo. Cuando se aterró al desaire y al mal convenio de creer en el camino lleno de piedras, sólo Justo ve en esas piedras formar una gran obra de arte. Cuando en el delirio frío se vio entristecido de un sólo espanto nocturno cuando en el acecho se vio como el tormento frío o como la tempestad que llega sin avisar. Y Justo se dedica en cuerpo y alma a ser carpintero, cuando en el recelo de la vida y de la existencia se vio frío como apaciguado de una calma sin precedentes cuando creó una obra de arte cuando regresa al ruedo a ser un verdadero carpintero en la faena dada y hecha por Justo como un doblez de la vida al igual que la insistencia en ser un gran carpintero como el padre de Cristo y siendo el mismo Cristo. Y siendo Justo justo y cómplice de la verdad y de la sinceridad se vio como indeleble de la razón y por la fría verdad quedó como el amor puro y estable de la vida misma. Justo quedó como el mismo dolor en el mismo corazón cuando quiere y percibe en ser carpintero como la misma obra de arte que comenzó a realizar para la competencia de carpinteros en el mes de agosto del 1920. Si definitivamente quedó Justo como el más de los hombres justos creyendo en el afán de dar una sola señal mortífera en su alma ciega. Cuando en el alma quedó como el dolor fuerte o como lo insistente del amor en la calma y en la existencia larga de una relación que llegó a la gravitación porque casi se ve la marea alta llegar. Tanto Augusta y Justo ya no son los mismos, por los cuales, se perfila la relación en caer como el mismo mal tiempo, cuando ocurre el desenlace frío y autónomo de dar con la misma señal de querer y de amar con la misma suerte de querer y amar con el corazón a cuestas de la misma razón, pero, y tan inocua como el mismo corazón amando.
Y era la mitad del mes de agosto de 1920, cuando el carpintero realizó la obra más perfecta de su obra más tallada por ser el carpintero más diestro de la zona y de la temporada, cuando quedó marcada la obra de arte de Justo como siendo el mismo justo de la vida misma. Si Justo con el alma ciega de un sólo espanto prosiguió el tormento y la tempestad fría de un sólo mal convenio entre la relación de Augusta y Justo. Y en el recelo de la vida y de la existencia quedó maltrecha la vida cuando la relación entre Augusta y Justo quedó en gravitación y en un sólo hilo como lo era estar en la cuerda floja. Cuando en el recelo de la vida y de la terrible existencia entre Augusta y Justo se vio llegar la marea alta como el principio de una sola relación en gravitación y en desconcierto y en un débil trance efectuando la manera de caer sobre la misma mesa con la sal derramada haciendo la más mala suerte. Y al caer sobre el tintero está la luz y está el pensamiento de Augusta y el de Justo, también. Cuando en el altercado frío y tan nefasto se cree que Augusta y Justo comienza su relación en una eterna gravitación desde que el sonido de los violines dejaron una eternidad del majestuoso sonido en los oídos de Augusta. Y es que el delirio desafiante se siente como el desafío más inerte y más inconsecuente de creer en el universo dando preámbulos de un sólo mal desconcierto. Cuando en el tiempo y en el desenlace fatal se da como el frío inherente de creer que en el alma de Justo existe un sólo justo en que la manera de creer en una conmísera mala atracción se vio como el ̈pizzicato ̈ tocando el majestuoso sonido en que el violín es el más famoso de la zona o del área donde Augusta sentada en la silla cerca de su hogar escucha a los violines de los niños. Cuando en el coraje de creer en el alma sosegada de un imperioso desenlace se vio como euforia de un mal tapiz la vida misma. Y eran los muebles de Justo, el más de los hombres justos de la zona más prestigiosa de muebles elaborados en madera del nogal o del ébano, quedó la gran tela tapiz tapizada en esos muebles de madera. Y le fue muy bien, desde que en el altercado frío se vio confeccionando esos muebles en madera para la comunidad de la zona más prestigiosa de todos los tiempos. Si en el alma de Augusta se tornó desesperada como un frío temporal o una tempestad en que se avecina en llegar y lograr derribar el desenlace frío en querer escuchar el sonido de los violines de los niños cerca de su hogar. Y el señor de la acera aparece nuevamente en la misma acera desde que se torna exasperante en poder creer en el buen desenlace en poder sentir el suave ̈pizzicato ̈ de esos violines de los niños y Justo sin saber que su esposa escucha el sonido majestuoso de esos supuestos violines cerca de su hogar. Y a la deriva de un buen atrayente se desafía el buen instante en poder creer en el alma de Augusta por combatir en el desenlace fatal de un frío inestable en su alma álgida. Y sin poder creer en el desconcierto frío se debe a que Augusta se siente como un delirio delirante en caer con en el mismo sonido de esos violines. Y desafiando en el instante se entristece Augusta por mucho cuando el tiempo pasa desapercibido y sin poder escuchar el sonido de los violines de esos niños que tocan y cantan melodías en el violín. Y fue que estaban de vacaciones hacía dos semanas en el mes de agosto del 1920. Y corre el mes de agosto de 1920, cuando se da el desafío frío de no escuchar a los violines tocar melodías grandiosas y muy elegantes. Y queriendo derribar el frío nefasto de los malos instantes en creer que el instinto de Augusta se vio intransigente, inestable, insípida e insolente e insolvente. Si a Justo, y en el alma de Justo, el más de los hombres justos como el mismo Cristo, se vio como adherido a la telaraña de seda y tejida por una araña, cuando no se da cuenta de que su esposa Augusta, lo que le gusta es sentarse en la silla confeccionada por Justo, en el patio delantero de su hogar a escuchar el ¨pizzicato¨ de un violín cantado por un niño. Cuando en el alma de Justo se siente como se percibe en el mismo mal instante en que el frío del mes de agosto y de un otoño seco se siente como el pasar del tiempo. Cuando en el ser de Augusta se vio y se siente como la paz indeleble que casi se torna exasperante cuando en el alma de Augusta quedó mortífera de un sólo espanto cuando escucha de que los niños cantan y tocan el violín están de vacaciones. Y tan fría quedó cuando en su subconsciente creyó de que todo era una vil mentira y que nadie toca esos violines con esa majestuosidad y sensibilidad de siempre cerca del hogar de Augusta. Y Augusta quedó con ese sonido entre sus oídos y creyó que era una superstición aquella sal que se le derramó sobre la mesa. Cuando en el combate de dar una sola verdad se vio fríamente indeleble cuando fríamente se vio Augusta y tan gélida como ese señor parado en la acera que también le gusta lo que a Augusta le gusta escuchar a los violines cantar por los niños cerca del hogar de Augusta. Y Augusta quedó como el dolor o como el frío invierno cuando imaginó lo peor, de que esos niños no existen como la posibilidad de creer en lo más indecoroso de los malos tiempos, dar con la verdad de que su insistente corazón se sintió como el mismo frío inadecuado como el tiempo en que los violines tocan el ¨pizzicato¨ un fino y un majestuoso toque en el violín nada más. Cuando en el trance de la verdad se vio Augusta fríamente indecorosa cuando no le dice nada, absolutamente nada a Justo, acerca de lo que escucha Augusta a esos violines cerca de su hogar cantado por los niños. Y Justo, sólo como un verdadero hombre justo, veía venir el desenlace frío e inmortal de no creer en los supuestos violines que cantan cerca de su hogar, cuando Augusta le cuenta de que escucha violines y que ahora no los escucha y que porque están de vacaciones. Si en el combate de dar una sola salvedad en poder creer en los miles de violines que existen en el mundo y más tocando el majestuoso ̈pizzicato ̈ en el mismo vaivén de la vida y del mismo mal desenlace de creer de que no existen ningunos violines. Si desafortunadamente ya Augusta no se sienta en la misma silla elaborada con madera del nogal y de un color marrón pardo casi con tonalidad en grisáceo, donde ella se sienta a escuchar nada más y nada menos que el ¨pizzicato¨ en esos violines de los niños cerca de su hogar. Si en el frío de ese cruel y débil otoño cuando corre el mes de agosto del 1920, se ve venir cerca del hogar a los niños cantar, otra vez, el ¨pizzicato¨ el sonido más majestuoso entre las cuerdas del violín.
Y Justo pendiente a la competencia de los carpinteros en el mes de agosto del 1920. Cuando en el aire del hogar de Augusta y Justo se ve venir el frío de un otoño después del mes de agosto. Si en el alma de Augusta se ve como el momento más indecoroso de todos los tiempos cuando corre en ser como el venidero instante en poder creer en el alma más muerta e inmortal de dar una sola verdad, pero, tan fría como el mismo viento que siente Augusta en su hogar. Y Augusta como el intrínseco e intransigente cometido de creer en el alma una verdad fría cuando en el camino se entreteje la vida como el mismo instante en que se cuece el alma por escuchar el ¨pizzicato¨ entre los violines de los niños más cerca del hogar de Augusta. Y mientras que Justo labora audazmente en ser carpintero, sólo siente como una punzada muy fuerte entre aquella herida y la madera con que labora, cuando en el alma se encierra el acometido en caer en bruces caídas, cuando en el alma de Justo, y siendo un verdadero hombre justo con el alma y con la vida y con sus semejantes, se vio como el alma amando lo que más le asusta el ébano y el nogal, siendo la madera más fina de todos los tiempos. Cuando Justo a la verdad que se fue de tiempo y de un inmenso augurio cuando la competencia de carpinteros se ve venir llegar a la verdad. Si Justo como el hombre verdadero y más justo que ninguno, se vio Justo creyendo en la esencia de la vida. Si se edificó la forma y manera de sentir el silencio de su pecho y más de su corazón cuando en el alma lleva la luz. Y Justo y su relación con Augusta quedó a la deriva en marea alta, cuando en el trance de la verdad y después de tantos años de unión se vio caer su matrimonio en frialdad y tan friolento como el alma fría. Y Justo quedó como el deseo y como el mal convenio de caer sobre el tejado de la vida como gato con una curiosidad extrema. Y Augusta se vio en el trance de la verdad friolenta y como en el altercado frío, en creer sobre el mismo desenlace frío. Y la relación entre Augusta y Justo, se vio fría, insípida, insulsa, y con falta intelectiva. Porque cuando en la falla del transcurso de la vida se vio esa relación como el desenlace frío, y se edificó la forma y manera de creer en el hechizo y en la huella imborrable de haberse amado con total desenfreno y con total pasión vehemente de un amor casi clandestino, porque a la verdad que tiene su historia el amor entre Justo Y Augusta.
Si la historia de la relación entre Justo y Augusta fue como el aire, rozando la piel de vez en cuando en el trance de la verdad se vio fríamente como indeleble. Si el padre de Augusta la tenía resguardada y muy bien vigilada a la niña de sus ojos. Justo conoce a Augusta en la fiesta de un matrimonio hermano del padre de Augusta. Cuando la verdad es que en la suerte se conocen como novios escondidos y en subrepticio dolor de amar bajo el mando del padre de Augusta hasta que un día acepta a Justo como esposo de Augusta dejando valer que el amor lo era todo. Cuando Augusta y Justo se sienten como el deseo efímero y como el recelo de la vida se vio como el más de los tiempos más nefastos de creer en el alma efímera de dar una sola solución. Porque cuando el alma de Augusta se sintió fría como el desafío álgido cuando en el trance de la verdad se vio como friolenta y tan álgida como el dolor de amar bajo el mando del amor. Y se amó tanto Augusta y Justo sin un clandestino amor, si se cree que en el recelo de la verdad se siente como el delirio desafiante en dar una sola solución cuando el padre de Augusta la confiere en un enlace y en un santo matrimonio con Justo.
Y esa relación de Augusta y Justo, si hoy día se ve como la marea alta y un amor a la deriva como sentir el desenfreno más frío de creer, en la cual, se siente como el saber en querer que la vida es como una ola alta cuando llega a la orilla. Y esa relación entre Augusta y Justo se siente como el desafío y como el desenfreno frío en poder creer que la situación se va a gravitar y de un sólo mal desenlace fatal cuando se siente el sol caer como un ocaso donde el crepúsculo no regresa jamás. Y esa relación entre Augusta y Justo, se vio fríamente indecorosa cuando en la falla intelectiva de entender que su relación va en picada como una batalla y queriendo sobrevivir a un riesgo. Y la relación entre los sueños dormidos entre Augusta y Justo se vio como la era prisionera y devastada de un sueño idóneo, pero, tan erróneo como la impoluta verdad de que la relación va en picada y con una marea alta descender hacia el mismo desenlace frío y fatal entre Augusta y Justo. Y Augusta sentada en esa silla elaborada de madera de nogal, esperando poder escuchar el sonido de los violines de los niños que cantan melodiosamente en ̈pizzicato ̈, sólo quiere volver a escuchar el violín de esos niños que llegan después de dos semanas de vacaciones. Y, sí, que lo logró, cuando en el alma fría se desconcierta álgidamente y se sentó sobre la silla aquella elaborada por Justo con madera de nogal, y quiso ser como la fuerza, como el ̈pizzicato ̈ que se entona melodiosamente con el violín por esos niños que aprenden a tocar el violín. Y Augusta sentada en la silla sobre esa misma silla que le faltan algunos retoques de carpintero y se siente como el desafío frío y como la fuerza en quedar sentada sobre esa silla donde Augusta escucha el sonido del violín. Justo va a competir como carpintero y más con una de sus obras más majestuosas de su creación e invención y aún no sabe con cuál de ellas. Augusta la verdad quedó tan fría como la impoluta verdad sentada allí mismo sobre aquella silla majestuosa hecha con madera nogal y escuchando el sonido grave y agudo de las notas en los violines de aquellos niños cerca de su hogar. Porque cuando en el delirio sosegado de un sólo espanto fue cuando regresó aquél señor misterioso como un cruel fantasma también por escuchar al sonido clásico de esos violines majestuosos de esos niños, los cuales, forman parte de la vida de Augusta cuando se sienta en la silla en el patio delantero de su hogar. Y ni la sal derramada en la mesa ni la mala superstición ni la mala suerte de aquel tiempo quedó destrozando la vida de Augusta en aquel tiempo. Cuando quedó como órbita lunar atrapando el recelo de la vida y más de la existencia dada y elaborada con madera fina del nogal o color pardo marrón o del color grisáceo de la tempestad o de la tormenta se vio venir en el mismo cielo por donde se cuece el dolor de la relación en gravitación con la marea alta y la relación a la deriva.
Y corre el mes de agosto en el año 1920 y en la ciudad sabanera dejando a un campo lleno de frustraciones y malos delirios se vio Augusta y Justo a cruzar la vereda y el llano más temible de todos los tiempos cuando en aquellos tiempos se veía venir la hambruna y la mala sed. Y lograron instalarse en la ciudad donde comenzó Justo a laborar como un diestro carpintero con la experiencia de toda la vida como si fuera el padre del Cristo que laboró y le enseñó a ser carpintero al Cristo. Y Justo como todo hombre verdadero y justo se vio en la encrucijada de competir en la competencia más diestra de todos los carpinteros de la ciudad. Es el mes de agosto del 1920, corre la competencia de carpinteros y Augusta añorando con ahínco escuchar el ¨pizzicato¨ de los violines de esos niños que interceden con precedentes al sonido majestuoso del violín desde el patio de su hogar con el apetito del hambre por escuchar el ¨pizzicato¨ en el violín de esos niños. Y Augusta sin percatarse de que el sonido ya no era el mismo, si desde que el señor apareció en el instante en la acera donde Augusta escucha el sonido de los violines cerca de su hogar, quiso plantar en el camino y en la acera el sonido de un cruel y vil fantasma cuando ese señor era sólo un alucinante espectro en que va y viene como el mismo tormento escuchando el delirante trueno y centella del sonido de esos violines. Y era el mes de agosto del 1920, cuando Justo compite en la competencia de carpinteros en la ciudad y se dedica a ser el número uno de los carpinteros. Y Justo como el hombre verdadero en ser un hombre justo, va y viene de la competencia y con silla en mano donde se sentaba Augusta a escuchar el sonido de los violines y, sí, que era el mes de agosto del 1920, cuando logró Justo ganar esa competencia con la silla y con sus retoques de carpintero, sí, con la silla elaborada y perfeccionada en madera nogal de color marrón pardo con una tonalidad donde Augusta se sentaba a escuchar el sonido majestuoso del violín. Y Justo halla muerta a Augusta sentada en la misma acera por donde ella veía pasar a ése señor misterioso y sólo se fue en un sueño y tan profundo como el haber escuchado el sonido del violín con el ¨pizzicato¨ y unos violines de niños que jamás existieron cerca de su hogar. Cuando ese señor era sólo un fantasma y se llevó a Augusta en un delirante sueño por haber escuchado el sonido de los violines como el mismo señor los escuchó hace mucho tiempo atrás. Y, sí, que la relación fue en picada y más con la marea alta cuando nunca Augusta le cuenta a Justo de que escucha los violines cerca de su hogar y se fue Augusta en un sueño cuando los violines eran el sonido más indeleble de creer entre el ¨pizzicato¨ y sus atormentados oídos sólo por escuchar el sonido de los violines.
FIN