He pronunciado verdades efímeras,
como la inutilidad de caricias comprimidas en la piel,
o de relojes que te carcomen con su tic tac,
mientras busco la verdad perpetua,
que me haga crecer las manos para atrapar la lluvia,
abrir la boca para esparcir la luz,
que descomponga el muladar de las sombras,
y rebose las ausencias,
cuando el rostro se dilate,
y descubra la sonrisa.
He pronunciado verdades efímeras,
provocando arrugas en la piel,
presagiando la inconformidad,
de no encontrar verdades perpetuas,
como la imposibilidad del agua,
de limpiar las almas o sanar heridas,
o de romper la falsedad de la verdad absoluta,
que se pronuncia como plegaria,
buscando salvación,
olvidando la sangre y la carne,
olvidándose a sí mismo.
He pronunciado verdades efímeras,
porque había muros que obstruían el camino,
porque te buscaba en verdades perpetuas,
en el lado oscuro de la lluvia,
en la concepción malsana del amor,
en la vejez exhausta de los calendarios,
descuidada como el agua del charco.
He pronunciado verdades efímeras,
hasta que encontré tu esencia,
cristalina como verdad perpetua,
extendida como inmensidad de mar,
adherida a mi palabra,
a mi vuelo detrás del viento,
oteando la verdad perpetua,
de tu alma en el camino probable,
en la travesía que me lleve,
junto a tu cuerpo,
en la vastedad de la noche.