Luis 091

Campeona

Mi abuela, gran tipa.

Hoy me he acordado de ella.

Bella de verdad.
De joven
nada que envidiar a una actriz de Hollywood.

Hoy mi nevera estaba vacía, no sabía que comer,
y he decidido ir a un chino.

La primera vez que comí en un chino
-allá por los 80- fue con ella.
Yo pensaba: tengo la abuela más moderna
del mundo.

Pero, no, ella no era moderna,
solo era una mujer con muchos huevos.

Viuda a los cuarenta y tantos, y por siempre.
Sacó el carnet de conducir.
Pisaba el acelerador con alegría
(como se deben pisar los aceleradores)

Contaba, orgullosa, aquella tarde
que mandó a la mierda al famoso franquista Blas Piñar
en el ascensor del edificio de su oficina.

No le gustaba la poesía
si no la cantaba Serrat,
pero los libros (devoradora de ellos)
eran su vida.

Sus batallitas destilaban el mismo dolor
que épica.
El relato de sus viajes a Cuba y Rusia
iluminaban sus ojos.

Socialista pero muy guay ella,
solo compraba en el Corte Inglés,
y yo le compraba novelas sobre la guerra, sus favoritas,
¡con letra grande!, me decía los últimos años.

Luego le temblaban las manos
como el volante de un coche viejo,
y el primer cajón de la cocina
lloraba furioso
el destierro de su amado chocolate.

Su piso fue siempre mi segunda casa,
el barrio de Nuevos Ministerios mi segundo reino.

Cuando murió solo solté
alguna lágrima en el discurso del cura,
hermano de su yerno. Qué curioso,
ni ella ni yo fuimos nunca de curas.

Hace siglos que no comía en un chino,
y hoy al ir a uno
la he recordado como aquel día;

se me escapó
otra lágrima traidora,
y una sonrisa al cielo de las campeonas.