¿Sabrán aquellas montañas escarpadas
de los dolores de los poetas?
Esos graznidos,
que despiden al dorado beso del ocaso,
quizá hayan sido testigos
del consuelo de corazones en la escritura.
La luna engalana a la noche
que, poco a poco, llega.
Observo al río discurrir bajo mis pies
y noto caricias de aves
al follaje del carrizal que acuna a sus nidos.
El cielo torna a un lila inspirador.
Simplemente esta frescura
que deja el destierro del sol
escupe mil letras.
Mi corazón organiza.
Luego, crea la maravilla
que lo alza en volandas.
Es la naturaleza mi musa,
el verdadero sueño que me otorga paz.
El siseo de las avispas se acerca
y me reta
a unirme a sus bailes
o huir de sus zumbidos
como de la muerte.
Destapo la vibra natural
del cerebro reptiliano de mi subconsciente
y me veo en plena selva embriagado de aromas,
mientras busco leña
para estar caliente con mi tribu.
Tanto he vivido…
Tan viejo soy...
El presente es una bonita canción.
El baile del ramaje ante la brisa fresca
la entona
y yo, desde este puente,
me entrego a ella.