Aquí le canto a los vergeles radiantes del Anahuac…
anhelando que en mis labios se desflore
mi canto y mi poesía; la xochitl de mi vida…
Por cuya inspiración se adorna
el rubor de mis amores y mi melancolía.
Porque mi alma se bañe de energía y sustento,
del plectro de Ehecatl[1] que esparció en el cosmos
y en la mente de Nezahualcoyotl[2]
el sabio bardo, quien al bautizarse
en las aguas de Coyoacan,
cuyas fuentes emanaron de las manos de Tlaloc[3]
y hoy se despliegan con fuerza
y con verbosidad en los que, como yo,
aman la naturaleza, proyectada en Cuitlahuac y Cuauhtemoc[4].
Los caballeros Tigre, y Águila;
nacidos para morir como los grandes hombres;
pues por sus proezas nos mostraron
como vivir y morir con valor,
sin temor y con honor.
Lo que todo hombre recto debería
emular, añorar y practicar…
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