Un poema no hace,
pero hace
que se pueda hacer.
—Antonio Lucas.
Atrás.
Quedaste atrás
como quedan
los días
que pasan.
Las hojas que caen
del calendario
no pueden volver
a prenderse de él,
como la pasta de dientes,
que si sale,
no hay ciencia
que la devuelva al bote.
Como un coche que adelantas
y coge el anterior desvío...
Sí, atrás, pasado simple.
Atrás, como el curso
que terminaste, las lentejas
que defecaste, el dinero que se gasta.
Atrás, y el tiempo no acostumbra
a hacerlo, solo yo, el dolor
de perderte, de que tu carne
sea carne de foto, de recuerdo.
No hay más tutía, ese es el juego.
Como un autobús que ni corriendo
llegas a atrapar, como la melena
de la oportunidad que la pintan calva.
MIs manos deben de ser de aceite,
no agarran, o acaso es tu pelo,
como el de esta calva, que es pez
en el agua, mosca que se escapa...
Atrás, así debe ser, así estamos hechos.
Atrás, tus ojos de cerca, sobre la almohada,
tu sonrisa blanca, tus paletas en ángulo
de cuarenta y cinco grados, tus gafas
sin una patilla, sin receta, de saldo.
Atrás, y así está escrito en mi libro,
en un libro del que solo sé su final
pero no su trama, su tamaño, nada.
Atrás, como este poema, como la letra
que terminará esta frase, como mis dedos,
que van cediendo a este blanco inmenso.
Atrás, mentira, fantasía animada.