Un nuevo despertar de la diaria rutina
me conduce a una cafetería cercana
donde siento esa atmósfera matutina
con aroma a café y sabor a tostada
Dónde comparto ese ínfimo mundo
en un ambiente de expresión familiar
que convierten las horas en segundos
prorrogando a menudo el bienestar
alargando esos instantes tan profundos.
Las miradas que atraviesan el cristal
describen el ritmo que las personas
producen frenéticamente en el pisar
del quehacer diario que se propaga
como la neblina que nace en el mar.
De nuevo, la brisa del pensamiento
como una diminuta hoja que aterriza
en las misma guía de los consejos
fuerza en mí una sutil sonrisa
que refleja mi cara en los espejos
como si me despojaran de la ingrata prisa.
Nada es extraño, la parada del autobús,
su gente con expresión de espera fugaz,
los peatones que cruzan al ver la luz
del bendecido color verde eficaz,
y los conductores helados por el rojo respetado
proyectan la imagen que se reflejará
dentro de unas pocas gotas de tiempo usado.
Es una rutina agradable, y a la vez, recurrente,
que ancla mi velero en los mismos puertos,
oyendo los mismos ruidos de la misma gente
durante ese necesario día a día incierto
que nutre mi vida de manera permanente.
José Antonio Artés