Este no es el mejor día
para escribir un poema,
para llorar quizás si que lo sea,
pero para llorar de veras,
pues que se sepa
las lágrimas que no pesan
no dejan huella.
Una guerra,
dos guerras,
tres guerras,
muchas guerras
elevadas a su máxima potencia.
Y aquí está el poeta
en cuerpo, alma y presencia,
el soñador de siempre,
creyendo en las hadas buenas,
en el ángel de la guarda,
en el Dios que amores trenza.
Aquí aparece en este poema
el rapsoda de la resiliencia,
sin reino
y con algunas letras,
y mientras llegan
guerras y más guerras
elevadas a su máxima potencia.
Y entre tantas guerras
se ahogan
las voces de los poetas
que cuentan las experiencias
que en su interior llevan.
Y entre tantas guerras
transitan las escenas,
entre rimas
que se quejan de las tragedias,
y versos puestos en escena
para realzar la voz
de quien de vida les llena.
Todo se junta en este poema
para dar presencia,
al ahogado grito
de ese desconocido poeta,
que alzando la cabeza,
le implora a la luna,
le ruega a las estrellas,
le pide al Sol
para que hablen
con la Madre Tierra,
para que no de cobijo
en el planeta
a otra cosa que no sea,
una paz mundial sin fronteras.