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**~Novela Corta - Cielo Gris~**

Novela Corta: Cielo Gris

Por: Srta. Zoraya M. Rodríguez 

Seudónimo: EMYZAG

Comenzada: 15 - 18 de octubre de 2023…

Publicada: 18 de octubre de 2023…

Terminada: 18 de octubre de 2023…

Editada: 18 de octubre de 2023…

Mi #25 de novelas cortas en el año 2023…

Mi #143 novelas cortas hasta el año 2023…

7090 Palabras 9 Páginas







~ * ~Sinopsis:

        ~ * ~El cielo gris de Tirso, si Tirso era como el tallo erecto de una planta, ve y observa que el cielo se está oscureciendo y por demás, se aferra al cielo gris… y era sólo un eclipse solar…     




Tirso, un hombre mayor con barba larga y ojos negros se siente como el mismo significado de su nombre, como el tallo erecto de una planta. Tirso era un viejo saludable, pero, con la única complicación de que la vista le ha fallado. Tirso cree y observa que el cielo es tan hermoso como todo ese sol desde sus propios ojos de luz. Y la luz se observa desde una clara perspectiva cuando Tirso ve en el cielo a un profundo sol, con la luz de siempre, pero, en el camino una sola salvedad. Tirso, un viejo de barba larga y ojos negros cree que en el combate de dar una sola verdad impoluta de que su vida se debe de sentir como la paz inocua. Cuando en el altercado frío y sus ojos negros se vio como el desafío frío de sentir en el alma una luz que comenzó a decaer en el mal tiempo. Cuando Tirso y su jovial enredo entre la juventud y la vejez se vio como creyente de la vida y de un sólo Dios. Si en el instante se da como la cruel juventud de caer sobre el mismo tejado en caer en el mismo desenlace frío de pertenecer al cielo con un sólo sol por dar preámbulo a la luz entre los ojos negros de Tirso. Si Tirso se vio como pernoctando en el alma como la misma luz del sol, cuando ocurre el sol un delirio delirante de creer en su propia alma como la luz propia del mismo sol. Y Tirso como el jovial joven de su eterna juventud, se vio como el transeúnte pasando de un lado a otro, cuando en el alma de Tirso era jovial, pero, con una experiencia autónoma de creer en el camino sosegado de un sólo dolor en el alma llena de la luz en cada recelo de la vida misma. Y es verano del 1926 cuando ocurre el vil cinismo de un sólo acometido en caer sobre el desenfreno frío cuando en la piel de Tirso se ve venir el jueves de gran pesar cuando cae el cielo de gris ante sus propios ojos. Tirso se dedica de lleno a laborar, pues, su instante corazón divaga entre el naufragio a la deriva de un mar inventado por su propia mente y el desastre de creer en el cielo con sol y con una sola luz y tan brillante como era el mismo sol. Tirso se ve venir entre el jueves perdido y como el quinto día de la semana cuando ocurre el peor desastre en caer por el tejado frío siendo una sola verdad. Si Tirso se vio como el alma fugaz o como el fuego devorador en caer sobre el tejado una ráfaga de la llama de un fuego atroz. Cuando la verdad que en el altercado frío se identificó como el alma fugaz dentro del mismo corazón amando como nunca jamás. Si en el aire y más en el fuego devorador de caer sobre el tejado en el hogar de Tirso se vio como el alma sosegada de un sólo espanto. Si Tirso se vio como el quinto día de la semana, sí, el jueves cuando quedó el cielo lleno del color de gris. Si Tirso un viejo de barba larga y de ojos negros, se vio incólume, insípido, insolvente e inestable como el mismo sol en el día cuando cayó el sol y quedó el cielo de color gris, como si hubiera sido una terrible tempestad y sin avisar. Tirso no vio la cosecha de aguacates caer en su finca lleno de hectáreas y de una gran cosecha. Cuando esa cosecha crece como la misma rosa en el mismo jardín del corazón de Tirso. Tirso entre su cosecha y la idea de que al regar agua y sol entre su cosecha sea más efectiva en cosechar lo que cosecha Tirso. Cuando en el alma de Tirso se vio intransigente de la espera inesperada de ver y en poder observar el conjuro de dar una sola sospecha calmando el aire y el viento para no desmoronar la cosecha. Si Tirso se dedica a la cosecha de rosas rojas, blancas y amarillas y sin poder saber que el rencor se cuece de un venidero mal instante en que se cree que el destino fragua el desenlace frío y tenaz en poder querer soportar en el aire una cosecha efectiva de rosas, por las cuales, Tirso se muere en cosechar. Tirso con barba larga y ojos negros, y su apariencia de un agricultor con botas altas desnuda el ocaso en el alma y saber que el sol está muy dentro de la cosecha de las rosas cuando realmente se cosecha la cosecha de rosas en la finca de don Tirso. Tirso va caminando hacia el rosal o la cosecha de rosas en la finca y en las hectáreas de la finca de Tirso, cuando en el rosal de Tirso se vio exageradamente fugaz como las estrellas en el mismo cielo. Cuando Tirso se dedicó por completo al rosal de rosas en la finca, cuando en el alma de Tirso se fragua un momento inadecuado, insolvente, insípido, e inestable, cuando en el alma de creer en el alma se vio como naufragando en el instante insolvente de ir a la deriva. Y el alma de Tirso y su alma cree que el instante se debate en una sola ira conceptual, cuando en el cielo se ve de gris y de una fría tempestad. Si en el cielo de Tirso se debate una vanagloria o un recelo en el mismo instante en que se va del mismo cielo un cometa de luz. Cuando en el alma de Tirso se siente como un delirio delirante al caer sobre la mesa o sobre la cosecha de rosas del rosal del jardín de Tirso. Cuando logra ver y observar cuando llega el jueves destronando al cielo lleno de un sólo sol. Y don Tirso en ese sol atrayendo la efímera verdad quedó tieso como cometa de luz en el mismo cielo. Si en la insistencia de ver el cielo de gris fue la fortuna de Tirso, cuando en el instante se dedicó en fuerzas y en fortalezas de creer en una sola verdad si en el alma se debate una fría insistencia. Y Tirso en la creencia y en el alma insolvente, inadecuado, insípido, e inestable como la sombra aquella que irrumpió en su cruel destino como una sombra del color gris en el mismo cielo. Si en el recelo de la insistencia se dedicó a ser como un agricultor de esos en que cosecha la cosecha en la finca de Tirso. Y Tirso se fue por donde sale el sol y por el otero de la ciudad. Y Tirso se vio insípido, inestable, e inseguro en decadencias frías por donde se cuece el alma de Tirso, cuando en el afán de cosechar unas rosas cosechó sólo un rosal en el jardín del corazón de Tirso. Y las rosas y el rosal de Tirso, se vio como pernoctando en el jardín del rosal de las rosas cosechadas por el gran Tirso, hombre de barba larga y de ojos negros. Y, sí, que se marchó lejos y con el sol y dejó un silencio terrible destrozando y destronando la manera de creer en el alma en saber de una sola salida. Y, sí, que se vio friolento como tan fría es la nieve fría, desmoronando en la alborada al sol, como el mismo otero cuando se fue Tirso con el mismo sol en que el jardín de Tirso se vio bajo el cielo gris de la tormenta o de la tempestad que se aproxima. Y, sí, que en el cielo caminó Tirso cuando ocurre el transitorio y nefasto de todos los tiempos, cuando el cielo se vio de gris tormenta. Si en el ocaso del cielo, se deleitó en la forma más atrayente de creer en ese ocaso de un sólo cielo en que el jardín de rosas de Tirso se vio como lo más cruel de un sólo bello rosal. Y eran rosas de color blanco, amarillo y rojo, cuando en el trance de la fría verdad, en que se cuece el fuego en el juego del amor, quedó como el frío dolor, o como el tiempo sin tiempo, cuando el tiempo y el ocaso de ese jueves había llegado como preámbulo de un tabernáculo, pero, con un Dios. Y era como todo rey en la salvedad de enfrentar a su cosecha hecha y muy bien elaborada cuando ocurre el desastre mayor entre su cosecha: un venado. Un venado mata y hace un total desastre entre las rosas cosechadas de don Tirso, y en vez de recoger a las rosas quedó don Tirso dejando en mal estado a su cosecha, pues, en el ir y venir las dejó allí tiradas en el mismo suelo. Y se dijo una vez más que el silencio y el insolvente momento y tan mal estado quedan las rosas cuando en el embate de dar una sorpresa quedó automatizando la esencia como la costumbre de creer en el alma a ciegas dejando una certeza de vida y de crecer en la vida como a esas rosas muertas de la cosecha de don Tirso, que dejó allí mismo en el huerto. Y dejando una abertura abierta dentro del ocaso inerte se dio como preámbulo en un desconcierto de risas y de conversiones entre los presentes que fueron a observar el huerto de rosas cosechadas de don Tirso. Y don Tirso triste y desamparado, insípido, inestable y mal inconsecuente se debate una fortaleza rara en discernir entre el bien y el mal de un sólo acometido en caer de bruces caídas por el mal tiempo en que su huerto de rosas y de la cosecha de don Tirso se le vino abajo y todo por culpa de un venado. Y ya casi llega el quinto día de la semana cuando a don Tirso se le ve venir lejos de la pureza de la verdad. Cuando en el afán de vanagloria se dedicó a ser como el refrán dedicado en ser como el más de los inmensos nefastos de los malos tiempos. Cuando a la verdad que casi en el alma de don Tirso se vio venir lejos el cometido en caer de bruces caídas cuando a la verdad que casi se encierra dentro del hogar con la cara al sol de la vergüenza que le hizo pasar el pobre venado. Cuando se aterra en ser como el hogar sustituto de las rosas clandestinas que encierra el cometido de caer como aquellas rosas en las que don Tirso trabajó y laboró con mucho ahínco para poder mantenerlas sanas y en conmiseración de vida innata. Cuando en la alborada se vio venir en el alma desierta como el poder en ser como el hazmerreír cuando la cosecha está desierta y en muy mal estado de frenar el cometido de caer sobre la tierra húmeda el reguero de rosas clandestinas que cosechó don Tirso para poder vender en el mercado. Y no era demasiado el daño sino que así dejó a las rosas en el huerto, regadas y tiradas de un lado a otro en la forma de amar a esas rosas y con toda su fuerza. Porque cuando logró ver el cielo de gris, fue cuando llegó el quinto día de la semana cuando llegó el jueves de esa cruel y vil semana en la que alternativamente llegó el cielo gris con la tempestad que se avecina. Y don Tirso se vio llegar la forma de ver el cielo como la primera vez en que el jueves de vino llegar un jueves descendente de ir y venir lejos de la primera vez en que se cuece el día de gris y más que eso por la tormenta que se aproxima si en el primer plano se consiente la forma de ver el cielo como de gris forma y de adyacente penuria. Y en el embate de ofrecer una forma adecuada de percibir en el alma una sola fría verdad cuando el desastre de ese huerto de rosas clandestinas de don Tirso, se vio como el de alumbrar el cometa de luces veraniegas cuando el sol casi llega en el ocaso del día. Y ya se ve venir el día de la triste cosecha en querer construir la cosecha de don Tirso si en el alma se lleva a cabo una sola verdad inocua. Cuando logra en ser como la cosecha fría en ser como la verdad impoluta de ser como el don y el perdón sin intención alguna de un triste verano que acabó con la cosecha clandestina de rosas en el huerto del jardín del corazón de Tirso. Cuando empezó la corrida del venado entre el huerto de las rosas de don Tirso, se vio en el enjambre de la corrida del venado dentro de la cosecha de las rosas de don Tirso y se vio el enjambre regado, las rosas rotas, y el tallo de las rosas arrancada de raíz y los pétalos de las rosas en el mismo huerto y en el suelo. Cuando en el alma de don Tirso se vio indeleble como las huellas de las rosas por la vida de la gente que visita siempre el huerto de las rosas de don Tirso se debe a que el desenlace fatal de esas rosas tiradas y regadas y rasgadas y rotas en el huerto de las rosas eran de don Tirso. Cuando en el alma de Tirso se vio inmensamente abatido con el gran suspenso cuando logró ver y observar a su huerto de rosas clandestinas sosegado en la pena de la pérdida de esas rosas clandestinas que son para la venta. Si en el aire y en el viento sosegado de un espanto incoloro se dio por primera vez en el mes de verano cuando el sol salió de repente si en la mañana quedó como un crepúsculo muy hermoso o como el tabernáculo de un sólo Dios. Y don Tirso se vio como el jueves de cielo gris como la tormenta que se avecina cuando en el alma de don Tirso se entrega en cuerpo y alma al cruel desenlace de ir y venir lejos de la pura realidad. Si a la verdad que don Tirso se entregó en cuerpo y con un corazón lleno de la razón en cultivar a esas rosas en el huerto para que un venado perseguido por un depredador irrumpiera en el huerto destrozando a todas las rosas del huerto de don Tirso. Y en el venidero mal jueves se atreve a descifrar don Tirso que le fascinó el huerto lleno de rosas de color amarillo, blanco y rojo, dejando saber que el destino era prometedor, cuando en el augurio de esas rosas en el huerto era la gran cosecha de don Tirso. Cuando en el albergue se automatizó la espera de una cosecha venidera en el alma de don Tirso se le ve llegar el sol caído en el jueves con el cielo gris que percibe don Tirso. Si en el alma de creer en el combate en una inmensa salida se vio enredado como el mismo tormento frío y tan inadecuado e inestable como la primera vez en que don Tirso cosechó a las rosas en ese huerto. Cuando, de repente, se vio insospechado de un tiempo en que casi el sol cae en descenso, cuando en el ocaso se vio como el aire sosegado de una primera insistencia. Y, don Tirso, sintiendo el aire o el viento entre la piel quedó olfateando el jueves de cielo gris, cuando realmente se dedicó a ser como la vejez laborando como todo hombre en ser el cultivador de las rosas más bellas de toda su vida. Cuando en el alma se vio como la razón total o como el sueño de ser un señor de barba larga y de ojos negros cuando por ser un cultivador de rosas clandestinas si en el enjambre de ese venado dejó al huerto como patas arriba y la gente que lo visita observando al huerto de rosas de don Tirso. Hubo voluntarios para arreglar aquel desperdicio, cuando en el comienzo de cada cual, se vio como el reflejo en el mismo espejo donde se ve la razón perdida de creer en el comienzo y en aquel desenlace frío. Y tan automatizado de la espera por llegar a barrer del cielo una tormenta de color gris quedó don Tirso como el color de la tempestad cuando se aferró al instante en que el venado cayó en el huerto de don Tirso dejando un ejambre de dolor inconsciente, pero, sin intención alguna. Cuando en el aire y en el viento sosegado de una sola espera inesperada se observó que el jueves pronto llegaría y con el dolor de un cielo gris. 

Don Tirso, un hombre de barba larga y de ojos negros, se dedicó en fuerzas y en grandes fortalezas en poder creer que su alma tiene una bondad inerte y tan fuerte como la luz. Y Tirso cosechando nuevamente y cultivando a esas rosas clandestinas en el mismo huerto da vida a don Tirso. Y después de un trance perfecto se fue como el sol por el otero como el dolor de cabeza, cuando en el alma de don Tirso, se vio como el juego de pertenecer al frío destino. Y de un sólo camino cuando ocurrió el gran desastre del venado sobre el huerto de don Tirso. Y don Tirso sólo se vio defraudado después de tanta espera inesperada de dar con el fatal desenlace en un sólo mal final de entregarse como siempre un cultivador de rosas en el huerto. Y desnudando el ocaso de un venidero mal instante si a la verdad que don Tirso se vio incongruente, débil y mal atrayente de una sola espera en esperar por el arreglo del cultivo de las rosas en el jardín de su corazón. Cuando en el aire y en el viento de un sólo sol se ofrece un mayor cultivo de rosas clandestinas de don Tirso, cuando a la vez de su insistente corazón se vio como el dolor de un jueves lleno del color gris y de un sólo cielo gris. Y don Tirso con barba larga y con ojos negros y sus ojos se ven como el color del ónix, cuando en el sosegado espanto de un jueves se vio como el cielo gris. Si en el alma de un sólo espanto se miró como el alma lleno de una inseguridad inestable en el espejo de su alma. En realidad quedó como el principio cuando su cosecha cultivó grandes cantidades de rosas en el huerto del jardín de su propio corazón. Si don Tirso se vio como el combate en creer en una sola salvedad incierta cuando en el enredo de su cometido se vio y tan frío como friolento en el alma de Tirso cuando en el camino lleno de rosas se vio intransigente como el mismo dolor. Si don Tirso y desnudo en la alborada como el sol en el crepúsculo de una ansiedad en un debate se siente en serio y enredando en el alma y en el corazón un desastre inocuo, pero, intrascendente. Y don Tirso en el alma se desnudó en el combate de una sola ansiedad incierta cuando en el rumbo se fue su única razón en la manera de creer en el corazón que esas rosas clandestinas son verdaderas o flores ornamentales. Cuando don Tirso se aferró al deseo y a la verdad averiguando con la verdad impoluta de creer en la alborada de un día y de un ocaso que vendrá con el atardecer y cerrando el día de color y de cielo gris se automatizó la gran espera autónoma de dar con una sola certeza de vivir o de morir. Y en el alma de don Tirso se entregó atrapando en el aire una sola seriedad en el combate y por una sola solución o salida a ese enjambre de rosas sin tallo en el huerto del jardín de don Tirso. Cuando en el inicio de otorgar una fuente de deseos muertos se vio don Tirso como de costumbre en una sola ansiedad de creer en el alma más viva o más muerta de rosas sin tallo por el mero hecho de haber recorrido en el huerto el venado huyendo de un depredador. Cuando en el aire o en el viento sosegado se vio como recorrer el hambre o la sed de esas rosas sin tallos y don Tirso se siente erecto como el tallo de una planta como a las rosas en ese huerto clandestino en que visita la gente a don Tirso. Y se ganó una tempestad o una fuerte tormenta cuando de gris se pintó el cielo y más las nubes en el mismo cielo por donde se pasea el sol en cuestión de dar luz a esas plantas que cultiva don Tirso en el huerto del jardín de su corazón. Si en el suburbio automatizado de espera inesperada de don Tirso se tornó intransigente como el dolor o como el amor en el mismo corazón después de perseguir en el mismo instante en que cultiva a esas rosas clandestinas, por las cuales, se aferra el dolor y el amor por el cultivo de esas rosas con tallo fuerte y tan erecto como significa el nombre de Tirso, erecto como el tallo de una planta. Cuando en el alma se dedicó entre las fuerzas y almas constantes de creer en el alma sin la luz del sol si se ve venir el jueves, el quinto día de la semana a reinar en el cielo gris. Cuando en la alborada se percibe como el mismo sol en cuestión de una rápida sensación inerte y por tan delicado es el tiempo. Cuando en el alma de don Tirso se vio adolorido por el enjambre de su huerto por el venado correr y destrozar a sus rosas con sus tallos erectos y tan hermosos como el mismo sol en el mismo cielo. 

Y Tirso se levantó por el lado derecho y con el alma dispuesta en ese día a observar el crecimiento de sus rosas en el huerto de jardín de su corazón si ese jardín era vida y muerte para don Tirso. Porque cuando en el alma de Tirso se vio el desastre de observar el trance y el desastre de un sólo fracaso cuando observa a esas rosas en el huerto como enjambre de un sólo recorrido de ese venado asustado perseguido por un depredador. Y don Tirso despertó en el juego observando el trance directo de convertir a su huerto de rosas del enjambre que había dejado ese triste venado en persecución en el huerto más hermoso de todos los tiempos y de toda su vida como cultivador de rosas en un hermoso jardín como lo era antes. Si Tirso se sintió como un friolento desastre o como en ese huerto enredando el alma y en la calma una sola ansiedad en querer saber que su insistente y voraz calma en arreglar la destrucción de ese huerto por el triste venado perseguido por un depredador quedó don Tirso con las manos atadas. Y Tirso se levantó con los ojos asombrados e inertes en la calma sosegada de un sólo espanto muerto de intransigente exasperación cuando en el huerto se derrumbó todo trabajo hecho a la medida sin saber que el huerto era eterno y se vio como la verdad atrayendo en el alma una sola verdad de que está totalmente destruido. Y don Tirso se sintió tan frío como la verdad y el alma observando una sola verdad fría y con un dolor inconsecuente cuando en la alborada se pintó o se dibujó a todo un sol en cada parte distante de la vida y más del cielo mismo. Si de repente en el mal tiempo y en la osadía se sintió como transgredir en el cielo de gris una fuerza mayor como es la voluntad de un sólo Dios. Si en el alma de Tirso se vio fría y helada como la pureza de la verdad cuando se aferró al desierto frío en convenir con una sola certeza en la alma sosegada y espantada de un sólo espanto por temor a no tener del huerto nuevamente en su estado normal como el tallo erecto de sus propias rosas en el huerto del jardín del corazón de don Tirso. Cuando en la insistencia en poder arreglar el reguero que hizo el venado, en el huerto de don Tirso, se vio como intransigente, inadecuado, inalterado como la fuerza en poder creer en que se levantará nuevamente y con sus rosas de color blanco, amarillo y rojo con el tallo y muy erecto. Si don Tirso a la verdad que casi se pierde como el mismo dolor si en el alma se convierte en razón débil, pero, con un corazón fuerte y un alma indeleble. Cuando en el alma sosegada se encarga de un sólo espanto tan seguro como un desmoronamiento del huerto del jardín en el corazón de Tirso. Y en el alma de don Tirso comienza, termina y conmina también en realizar nuevamente y levantar como tallo erecto cada tallo de todas esas rosas del color blanco, rojo y amarillo en el huerto del jardín del corazón de don Tirso. Y como es costumbre en recibir el huerto erecto y muy cultivado en que el saber discernir si se sabe que la ciencia ayuda mucho en hacer crecer a las plantas como es la botánica, y así fue, fue don Tirso a un lugar secreto como el invernadero de mariposas y allí logró unas semillas exactas y contundentes para ser sembradas en el mismo instante. Y así fue como de costumbre queriendo abrir la caja de pandora en ese huerto regado y tirado y tan desordenado como el haber sido destrozado por el venado perseguido por un depredador. Si ocurre el trance de lo perfecto de un sólo huerto clandestino de rosas con tallo erecto y tan hermosas como ese mismo cielo lleno de un sol intransigente. Y don Tirso llamando hacia el más de los bríos impíos de todos los tiempos, y entre las manos de don Tirso se cosecha y se cultiva lo más hermoso de todos los tiempos un hermoso rosal. Si en don Tirso pernocta la ira y la misericordia en el mismo huerto sembrando semillas de rosas en el mismo huerto por donde corrió el venado por correr y despistar a un depredador si después de amar a esas rosas que otra vez toman lo erecto del tallo quedó don Tirso como la más rica sensación en amar a ese huerto. Y ya casi se ve venir el cielo de gris de una tormenta, en la cual, se presenta en un sólo Edén. Si en el alma sosegada de un sólo espanto de don Tirso se miró junto a los pocos voluntarios en levantar el rosal del jardín de su corazón, y sí, que los vio cuando cada uno de ellos mismos logró cultivar una semilla para que pudiera germinar en el mismo suelo por donde se destruyó todo. Y así fue el huerto de don Tirso, fue fabuloso, grandioso y fastuoso en el delirio delirante de creer en el alma sosegada de un sólo espanto, cuando en el aire y más en el sosegado tiempo se dedicó en ser el cultivador más diestro de todas las rosas del huerto del jardín de don Tirso. Y, sí, que los voluntarios se dedican en cuerpo y alma a germinar las semillas, a enderezar los tallos de las rosas y a cultivar nuevo crecimiento en el huerto de don Tirso. Y quedó don Tirso como un gran cultivador de rosas de color amarillo, rojo y blanco, sí, en el huerto del jardín en el mismo corazón. Seguramente es indebidamente elaborado como inconscientemente indeleble cuando pasó don Tirso de la seriedad a cosechar lo que más cree: cultivar las rosas de color amarillo, rojo y blanco. Cuando don Tirso en el altercado frío se dedicó en ser como el más de los más nobles jóvenes y con una juventud exacta cuando en el ademán frío se siente como el desastre frío. Y en querer ver el cielo de gris, se dedicó en ser don Tirso como el jovial siendo como los más excelentes cultivadores, y más renacientes cosechadores de la historia y más diestros como la pura verdad de que el frío se hace sentir más en la piel. Cuando a la verdad se cree que es la fuerza y voluntad en decidir que en el alma de don Tirso se ve venir el fuego ardiente en sus ojos negros. Y don Tirso con barba larga y ojos negros difunde en el suelo más tierra, abono y las semillas a germinar de las rosas  de color amarillo, rojo y blanco para ser más cosechadas. Cuando ya casi llega el quinto día de la semana, el jueves de esa triste semana, con la cual, se oscurece el alma de voluntad y de ceguera cuando con el sol los ojos negros de don Tirso quedan en ceguera total. Si en la alborada y de un sol clandestino y tan fugaz como el viento se dedicó en dar la luz enérgica deseando barrer del mundo y del instinto lo que más conllevó una sola buena reacción en consideración en el alma sosegada de un sólo espanto cuando la luz del sol, se identificó como el tormento o como la raíz de esos tallos erectos como lo que significa el nombre de don Tirso, erecto como el tallo de una planta. Y don Tirso se fue sin rumbo incierto cuando quedó el tallo como el dolor inerte o como el tallo erecto de las rosas en el huerto. Si en el hambre y la sed de esas rosas clandestinas de don Tirso, él se entregó en cuerpo y alma, en redención, en vida y en corazón al jardín de su propio corazón. Cuando en el alma se percibe tranquilamente como la paz añorada de un huerto clandestino de sosiego y de una fría tempestad que se aproxima con el jueves y siendo el quinto día de la semana. Y don Tirso se siente como el cultivador de rosas clandestinas, sagaces, hermosas, bellas y tan lindas como el mismo sol que le alumbra en el camino. Cuando en el trance de la verdad fría como el embate en querer amar nace como se germina la raíz y el tallo y como crecen sus pétalos hermosos, ardientes y con el brillo y con la luz del sol hace que brillen más esas rosas de color amarillo, blanco y rojo. Cuando el alma de don Tirso se enfría como el desertor de una rosa en el jardín de su propio corazón. Y don Tirso ve fría la tempestad que se avecina cuando la cosecha de aguacates no se vio llegar. Y no se predice el futuro con mucha cosecha de aguacates sino que la tormenta va a venir sin aviso alguno. 

Y es verano del 1926, un verano sin precedente alguno, un fuego, una tormenta o un delirio sosegado comienza a derruir en el camino de don Tirso. Y don Tirso se fue de rumbo incierto y muy consciente de que su huerto volvió a renacer y a echar hacia adelante, con una fuerza diestra de un sólo tiempo, y con el intercambio en querer amarrar el alma y con la luz desertora en caer en el trance de la verdad. Cuando en el insistente o en el desaire se vio a don Tirso como el desenlace frío en tomar en el alma desierta una sola mala ansiedad. Y si dentro del combate de la verdad se vio don Tirso fríamente indeleble y tan real como el alma sosegada de un sólo mal espanto cuando ciertamente se cuece el alma y de un fuego voraz y en calma como la voluntad de la certeza de una sola verdad efímera como la creencia de creer de que ese huerto tiene la magia de un sólo corazón enamorado como lo es permanecer erecto como el tallo de una planta y así lo era don Tirso. Y es verano del 1926, yace el verano con un sol clandestino, brillante y muy bien erecto como el mismo tallo de las mismas rosas del huerto de don Tirso. Porque cuando en el alma se siente como el suave desenlace frío se percibe como el desenfreno letal de un cometa de luz en plena oscuridad. Y dentro del huerto de don Tirso se vio llegar el ocaso del día y así casi llegar el jueves del quinto día de la semana y con el día del jueves el cielo gris. Don Tirso vio a su alma llena de un cielo gris, cuando observó hacia la parte de arriba del cielo, y vio que nubarrones oscurecen la mayor parte de la Tierra. Era el verano del 1926, cuando ocurre la oscuridad en el cielo gris, cuando en el desenlace fatal de un tiempo quedó la Tierra oscurecida de un sólo espanto en el cielo de color gris. Y don Tirso vehementemente y ardientemente enamorado de su huerto lo protege en contra de todo. Y don Tirso se vio como el alma fría y como una verdad fría como el desenlace fatal, de creer que su huerto de rosas de color amarillo, blanco y rojo, si se electrizó la forma más adecuada en sembrar, abonar la Tierra y en sembrar las semillas para que germinen las rosas de color rojo, amarillo y blanco en el huerto del jardín del corazón de don Tirso. Y se atrevió don Tirso a mirar al cielo de gris color, cuando en ese mismo instante don Tirso miró y observó al cielo de gris cuando ocurre algo improcedente. Cuando a la verdad de que el cielo se observó de color gris y se vio como en el altercado frío y como el desafío inerte oscureciendo gran parte de la Tierra. Si en el enjambre del desastre del venado quedó don Tirso insatisfecho cuando se cultivó y se sembró con abono en la Tierra queriendo amarrar el sembradío con el tiempo y más a las rosas de color blanco, amarillo y rojo. Si en el alma de don Tirso se vio como lo más imperfecto de todos los tiempos, si en realidad quedó como el mismo dolor en el alma cuando observó al cielo de gris, cuando en el camino y en el comienzo de creer en el desierto frío se entregó en cuerpo y alma, sí, pero, al cielo gris. Si don Tirso vio al cielo de gris, como de costumbre se dedicó en el cielo como la mala desavenencia y la oscuridad de la Tierra como un terrible mal y un cruel destino. Y en el ocaso se vino venir cuando en el alma de don Tirso se vio infeliz como el tiempo, cuando cree en que sólo tiene un mal descenso en su razón. Si en el alma de don Tirso se enalteció de espanto cuando en el ocaso frío se dedicó a ser fuerte como el dolor, como el odio o el silencio de un cielo lleno de fríos y álgido gris cielo. Y, llegó quinto día de la semana, el inesperado jueves lleno de un mal inconsecuente cuando se debate una infelicidad y un temor incierto por donde se cuece el alma de un fuego devorador, pero, no, no era oscuridad, era un temor incierto y de una muy opaca luz en el cielo encerrando el cálido deseo de un cuerpo ya gélido. Si no quiso hallar lo más tenebroso y horroroso de un espanto de un cielo gris, era el frío momento en que se cuece el alma de un sólo frío. Cuando en el alma de don Tirso se vio como el frío nefasto en querer formar parte de la pura realidad en que se va el aire, el odio y llega el cielo de gris para don Tirso y el huerto del cultivo de rosas de color amarillo, blanco, y rojo, cuando en el alma de don Tirso se vio como el frío o como el desastre de dar con una sola verdad álgida. Y don Tirso encerró el alma fría como la vez aquella en que el cielo fue de gris cuando en el ocaso se siente como el álgido mal porvenir, cuando ocurre el cielo gris en el mismo cielo gris donde se halla don Tirso y su huerto de rosas de color amarillo, blanco y rojo, sí, en el huerto del jardín de su corazón. Cuando en el aire sosegado en querer amarrar el viento frío en la misma piel de don Tirso, ocurrió el desastre en poder creer en el cielo gris cuando lo observa y cree en el fatal final del cielo y del universo y del firmamento a cuestas del cielo gris cubierto por todo el cielo lleno de una sola oscuridad. Cuando en el alma de don Tirso se observó clandestinamente sosegada e imparcial como el alma fría en poder creer que el cielo se convirtió en color gris como si se oscurecía el fatal y letal final de todo un cielo en color gris. Cuando en el firmamento de gris temple se vio el universo claramente y débilmente por una sola verdad en que el cielo se convierte en gris color, cuando en el desenlace se ve fríamente indeleble como el color de la razón inmortal del olvido y del color gris o como el luto de un mortal sobre el lecho frío. Y así está el cielo y de color gris, como el color del imortal y letal desenlace fatal cuando arde en el tiempo o como el ocaso a todo un sol brillando en el mismo cielo de gris tormenta. Y don Tirso se ve aferrado al destino frío y al desenlace fatal de creer en el cruel y en la fatalidad de ver y de sentir el cruel tiempo y más débil de todos los tiempos, cuando la paz lo era todo, pero, en realidad que no era cuestión de guerra y de paz, sino de un color muy oscuro como el del color gris inmortal del destino cuando se aterra el frío al alma desierta cuando se siente como el álgido mal porvenir cuando ocurrió el cielo gris y el terrible desenlace sin destruir al cielo y de un color gris como el del tormento frío. Y don Tirso se siente como el terrible desenlace fatal de un cielo oscuro como el destino final y don Tirso se ve rejuvenecido como en los tiempos aquellos de un sólo tiempo cuando comenzó a cosechar a aquellas rosas de color amarillo, blanco y rojo, en el huerto más poderoso de todos los viejos de esa época y sin barba larga. Y es verano del 1926, cuando el cielo era como una tormenta, pero, en realidad, no había cosecha de aguacates entre los árboles para expresar que vendría una terrible tempestad y no era así. Cuando de repente don Tirso miró y observó al cielo de gris color, y en realidad que no hizo mucho sin poder ni voluntad de un Dios en que quería tener al cielo de color gris. Si Dios se aferró a su cruel voluntad y don Tirso se aferró al desconcierto frío y tenaz como al brillo del sol, pero, con lluvia, y desafortunadamente como un terrible desenlace fatal de un tiempo en fin. Cuando en el frío desastre de creer en su alma impoluta como el río va al mar destruyendo todo como la naturaleza es y puede ser. Cuando en el desierto frío se aferró al desconcierto de creer en el alma un tiempo en que se dedicó don Tirso en el alma fugaz como la misma tempestad. Si en realidad don Tirso ve al cielo de color gris cuando irrumpe en un sólo cruel y terrible destino cuando en el ocaso se siente como la fuerza en el dolor del corazón de don Tirso en el huerto de rosas clandestinas de color amarillo, rojo y blanco. Y don Tirso, erecto como el del tallo de una planta y con el gran significado de su nombre de pila. Si, de repente, se fue don Tirso por el veraniego de luz de un cruel y destructivo verano cuando en el año 1926, se cree que es el final desenlace fatal de todo un cielo cuando sólo se presiente en el alma un cometa de luz como la fuerza en creer en el alma con una sola verdad fría como poder caer en el cielo gris. Y el cielo gris para don Tirso lo era todo como es la voluntad de su Dios y don Tirso se aferró a la voluntad de caer en el desenlace frío y en la fatalidad de un desconcierto álgido como la soledad de creer en el alma en saber que su mundo se dedicó en ser como el dolor de ver y de observar el cielo de gris. Y don Tirso quedó adherido a ese cielo gris cuando en el año 1926 en un verano como ninguno, se vio el desenlace frío y la fatalidad de creer en el final de un cielo muy oscuro. Y de repente don Tirso se siente como el agua fría o como el desierto frío sin regresar al comienzo o en poder hallar la salida, cuando el cielo gris se torna exasperante de una cruel, pero, álgida verdad. Si a la verdad en que en el suburbio autónomo en una sola salida, se ve y se siente como el corazón en el huerto de las rosas de color blanco, amarillo y rojo, como si fuera un latido insolvente, cálido e insípido, como si fuera irreal, pero, es más que real como el mismo cielo de gris. Y don Tirso el hombre de barba larga y de ojos negros ve en la encrucijada de amar a  ese cielo de gris de todo su Dios como a ese huerto de rosas de color blanco, amarillo y rojo. Y aún sin poder esconder sus ojos negros al observar al cielo completamente de gris y tan oscuro como yace un muerto en el sarcófago, quedó don Tirso observando que ya cedía el color gris y sólo fue un eclipse solar en el cielo gris.  



FIN