Ruedo tras la asfixia de la detención.
Mantengo mis firmes manos
atentas a ágiles maniobras.
Son llamaradas que crecen y aplastan,
las que me cortan el aliento.
Las grabo en mi corazón.
Nos pongo a salvo.
Apago de inmediato la deshora,
el odio creado por las personas.
Ruedo, porque ya no tiene sentido
que oculte mi voz ni aminore mi ritmo.
Ruedo, porque se que llevaré conmigo
más manos de las que imaginé sostener.
Porque, puedo con mi dedicación,
tocar a puertas de los ángeles
una nueva canción para oídos despiertos.
Ruedo, cuando todo está perdido,
porque puedo, porque es un honor este sacrificio.
Cora