Los abetos bailan en silencio, ofreciéndose al aire con su verde meollo, con la entraña de sus hojas, con los surcos de sus cortezas, que husmean al tiempo que está por venir..., siempre desposados a una boca anchurosa que a veces, engulle todo aquello que esconde el bosque, como sus leyes, su estética, su filtrada luz, sus materias palpitantes; excepto al certificado de defunción del alma de su tierra, niña antigua, que siempre luce una sonrisa leve de victoria, junto a los pasillos del agua.