Me siento a escribir y espero
recibir maná del cielo,
abro mi mente y mi alma,
mis brazos y mis entrañas,
mas la pertinaz sequia
sigue agrietando mi tierra,
las flores se marchitaron,
los ríos son pedregales,
las golondrinas volaron,
solo restan alimañas,
cantos rodados, barbechos
¡un sol de justicia, abrasa!
Pero no podrán conmigo
miedos ni desesperanzas,
tomo un café bien cargado,
me pego una ducha helada,
me pierdo por los senderos
sin brújula ni sextante,
canto con los pajarillos
que vienen a saludarme
y trino a coro con ellos,
limpio mi alma y mi sangre.
Al cabo, escucho un arroyo
que brota de entre las piedras
tomo su agua en mis manos
y me refresco la cara
sintiendo como la vida
se renueva en mis entrañas,
que en su rivera aún hay flores
y abejas en sus corolas.
Y de repente las musas
me jalean y me abrazan,
comienzo a escribir sin pluma
en las páginas del alma
cantando por los senderos
que me conducen a casa
pues no hay mejor medicina
que la luz, la paz, el agua,
un paseo por el bosque
sin teléfono ni senda,
perderse entre la maleza
sin navegador ni riendas.