En el campo de batalla infecundo y desolado,
las huellas de la guerra quedaron grabadas,
en corazones rotos y almas desgarradas,
donde la muerte danzó con su manto helado,
Míseros son, hombres sanguinarios
En donde la mente alberga las ansias de señorío
Dejando tras sí, la destrucción como muestra de su desvarío
Se hacen al poder, a la opulencia, por unos pocos denarios.
Las casas derruidas, los sueños destrozados,
las lágrimas se mezclan con la lluvia fría,
en esta tierra herida por la cruel agonía
se ven las calles desiertas, y los recuerdos olvidados.
Oh, los vestigios de la guerra, tan crueles y reales,
que en el silencio nos insinúan, del precio de la discordia,
y nos ruegan que optemos por la paz como la gloria.
un memorándum perpetuo de los horrores infernales.
Las cicatrices en la piel y en el alma,
que engulle la esperanza y la alegría,
legalizan la guerra, la vil masacre y la calma,
de aquellos que en su juventud soñaban todavía.
Los soldados que regresan con ojos vacíos,
buscan consuelo en un mundo indiferente,
pero solo tienen dolor y muerte en frente
cargando el peso de la guerra y sus desafíos
Los campos verdes se tornaron obscurecidos,
Por la onda destructiva de bombas y misiles
Por doquier cuerpos mutilados de civiles
De ambos bandos se observan esparcidos.
las flores marchitas, los árboles enterrados,
la angustia y el terror, pintados en el rostro de la gente
que gimen por la perdida de la infancia inocente
Y por la pérdida de tantos sueños, por la violencia desterrados
En este paisaje desolado, vemos la verdad,
que nos llama a luchar por un mundo mejor,
donde el amor y la compasión sean nuestro mayor valor
y rechacemos la guerra, como mutilador de la humanidad.
Autor: Ángel R. Anaya Puerta
El Ángel de los sueños
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