Arropado en el manto celeste,
decidí posar mi cabeza;
entre las extensiones de su presencia,
en la agonía de mi existencia.
Allí encontré mi sentido,
allí abandoné el pesar;
estando en su pecho divino,
abrazado a lo celestial.
No es que sea yo,
el mas digno de los peregrinos;
pero estando en el manto celeste,
sentí encontrar mi destino.
Pues ví directamente,
el eter ahogado en las puertas;
del alba futuro que aguarda,
de la luz presente que pesa.
Por suerte recibí el sello,
y escribí mi nombre al sureste;
entregado a la nueva marea
arropado en el manto celeste.