Me malacostumbraste, Xochitl,
ingrata musa de mis sueños…
Ayer me harté de la abundante ambrosia
de tu sonrisa, en los bosques
de aquella fantasía que apodamos amor.
Me hiciste creer ser el hijo favorito
de los dioses de la imaginación,
de la grandeza, y de la ilusión,
en ese formidable ensueño
de un Olimpo irreal…
En donde los arácnidos lasos
de tus brazos
me envolvieron en ese ayer irreal,
pero terriblemente real
en mi cosmogonía fatal...
Contigo me sentí como el fauno
que a diario recorre por los prados,
corriendo tras las imaginarias ninfas
y hartandose de alegría y de placer
en un bosque ficticio de la alucinación…
En donde las quimeras introducen primero
al imberbe enamorado al juego de Cupido.
En donde los idilios sólo son espejismos
para los que de lejos los contemplan;
aunque, para el que juega
el juego ilusorio del amor,
le sea más real que la misma realidad.
Me mal acostumbraste, Xochitl,
Ingrata musa de mis sueños;
jugando sin jugar, amando sin amar…
Ahora, te ruego,
enséñame a olvidar…