El último vuelo
A pesar de haber volado todo el tiempo en contra del viento, venciendo una y otra vez las adversidades del tiempo, sin importar si llovía o si hacía frío; se mantuvo siempre mostrando un vuelo sereno. Ninguno de sus vuelos había sido fácil, sin embargo, esto no fue un impedimento para que las plumas de sus alas se alinearan con una armonía perfecta, permitiéndole volar alto y sin pausa, como quien busca algo que probablemente está muy lejos; algo que aún desconocía, pero que sentía era lo que llenaría su alma y daría paz a su vida. Ese día, el día que encontrara eso que parecía buscar incansablemente para llenar el gran vacío de su vida, lo único que parecía ser más fuerte que su deseo de volar; y que fue la razón por la que cada día iniciaba un nuevo vuelo sin importar que cada vez era más doloroso volar. Su envejecido cuerpo dolía, dolía con cada movimiento de sus alas, con cada torsión de su cuerpo, en busca del ángulo perfecto que le permitiera ser más aerodinámico y poder vencer la rivalidad del viento, quien siempre sopló en su contra.
Aprendió a no pensar en el dolor, en el cansancio físico; y trató de no tener pendiente que su cuerpo cada día era más viejo, y probablemente se acercaba su muerte.
No le importó nada, sólo sabía que debía volar y volar sin parar, hasta encontrar eso que desconocía, pero que sabía lo estaba esperando en algún lugar. Eso que le hiciera sanar sus heridas, una nueva fuente de luz que le provocara el deseo de hacer un alto al vuelo y posar su adolorido cuerpo sobre una rama segura, que no fuera a quebrar, provocando su caída.
Lo que sí tenía seguro, es que ese algo debía ser tan grandioso como su capacidad de amar; algo que realmente haya valido casi una vida de espera.
Una tarde de otoño, cuando se aproximaba con prisa el invierno, abrió sus alas enérgicamente, como si no sintiera el dolor que le provocaba cada aleteo. Fue cuando hizo el mejor vuelo de su vida. Ese día había hecho un largo viaje; y en su vuelo de regreso, cuando sus esperanzas casi se habían agotado, decidió cerrar sus alas en pleno vuelo, cuando se encontraba a tres mil pies de altura, dejándose caer en picada, atraído por una fuerza que ahora superaba la suya, haciéndolo desarrollar su mayor velocidad alcanzada. Cuando parecía que era inevitable que se estrellara contra una enorme roca, donde de seguro terminaría su vida; justo en ese momento, el viento, quien había sido su rival todo el tiempo, motivado por la gran velocidad con que se precipitaba al suelo, sopló fuertemente sobre sus ojos, haciendo que se escurriera la lágrima que nublaba su vista; y fue justo cuando faltaban pocos segundos para el letal impacto, que vio que sobre esa roca áspera, se posaba una hermosa ave, de plumaje colorido y alas casi perfectas. Realmente era un ave radiante. No comprendió por qué un ave tan hermosa estaba en tierra y no realizaba su propio vuelo. Fue entonces, cuando retorció cada una de las plumas de sus alas, y sin importar el gran dolor que esto le provocó, pudo detener la caída; y con la serenidad de una pluma que cae, se dejó posar sobre la roca. Detuvo su vuelo justo en frente de esa ave tan impresionante. Por primera vez pudo percibir los ojos más hermosos que nunca pensó que existían. Aquella ave era realmente majestuosa. Cada una de sus plumas era capaz de despertar en él un sentimiento hasta ahora desconocido. Ese día supo que había encontrado ese algo que andaba buscando; y que hasta entonces no supo de qué se trataba.
Se acercó al ave, quien lo contempló mientras él hacía el mejor aterrizaje de su vida. Ella sencillamente no tuvo miedo, por lo que dejó que él se posara justo a su lado.
Él no podía dejar de observar el plumaje más impresionante que ave alguna pudo haber tenido antes; y se preguntó otra vez, por qué un ave tan hermosa estaba posada sobre el suelo, sobre una roca tan áspera; por qué no volaba y extendía sus hermosas alas al viento, por qué sencillamente estaba allí parada como si también desconociera que existía el cielo, el cual podía conquistar porque sencillamente era su derecho. Sólo había que vencer la negatividad del viento.
En ese momento, cuando estaba justo a su lado, abrió sus adoloridas alas y la extendió sobre la hermosa ave que ahora conocía. No sabía si iba a ser de su agrado, pero no se detuvo. Abrió sus alas sobre aquella ave, quien sencillamente se dejó cubrir, como si hubiese estado allí parada esperando un cobijo. Ella sólo dejó que pasara. Se dejó cubrir por las viejas alas de un ave cansada, quien tenía deshecha cada una de sus plumas, algunas rotas justo a la salida de su cuerpo; sin embargo, esas alas cansadas les brindaron el mejor de los abrigos. Se sintió segura debajo de esas alas viejas, que ahora calentaban y protegían sus plumas de las inclemencias del tiempo.
Él, quien no solía hacer preguntas, pronto descubrió por qué esa ave no estaba volando; pues, ella, a pesar de haber intentado volar en más de una ocasión, cada uno de sus vuelos resultó en un intento fallido. Allí estaba sola, prefiriendo la dureza de la roca a la suavidad del viento; y protegiendo sus plumas del trauma de cada caída. Él, mientras tanto, se quedó allí parado, con sus alas extendidas sobre ella; mientras percibirla la tibieza de su cuerpo y el embriagante olor de sus plumas casi perfectas, sintiendo el sonido de su respiración debajo de su cuerpo. Rápidamente se dio cuenta que ambos se necesitaban. Él debía enseñarla a volar y ella debía enseñarle a hacer una parada en el camino.
Las primeras tareas fueron muy arduas. Ella, a pesar de no haber tenido éxito en sus frustrados intentos de vuelo, sintió que aprender a volar, guiada por un ave vieja, quien, desde el principio, fue tan exigente con ella como lo había sido consigo mismo, cuando tuvo que aprender a volar con el viento en contra. Sin embargo, permitió que aquella ave vieja le enseñara una nueva lesión cada día, con lo que su hermoso plumaje fue cambiado, haciendo que algunas de sus plumas se estropearan en el intento, pero descubriendo que cada día se hacía más fuerte, con lo que le fue perdiendo el miedo a volar, aunque esto significara que debía aprender también a soportar el dolor en el cuerpo.
Cada día había una lesión diferente. Algunos de sus vuelos aterrizaban de patas sobre la tierra, pero muchos terminaban estallándose sobre aquella dura roca. En más de una ocasión tuvo miedo de volver a intentarlo, pero la vieja ave no se daba por vencida. Con el pasar del tiempo, luego de más de mil caídas, ella aprendió a volar, superando inclusive al maestro, quien cada día se hacía más viejo, con menos fuerzas; y a quien cada día le provocaba más dolor realizar un vuelo. Sin embargo, él estaba completamente seguro de que su último vuelo no debía de ocurrir, hasta tanto ella haya realizado el más perfecto vuelo que ninguna ave antes ni jamás pudiera haber realizado.
Mientras se agotaban sus fuerzas, la vieja ave se llenaba de un sentimiento dual. Por una parte, sentía regocijo, al ver que aquella joven ave, no solamente era fuerte y realizaba vuelos perfecto, sino que su belleza se mantenía a pesar de que el arduo entrenamiento había dañado muchas de sus plumas; por otra parte, le inundaba cada vez más la nostalgia, porque sabía que pronto debía realizar su último vuelo, a un lugar donde debía volar solo, y dejar atrás a esa hermosa ave, que a pesar de haber aprendido a realizar vuelos perfectos, y ser cada día más fuerte, él estaba convencido de que debía seguir protegiéndola y cubriéndola con sus alas gastadas en los momentos de frío.
Ya su cuerpo no tenía fuerza y sus alas casi no se movían. Cada vez que su hermosa ave llegaba de un nuevo vuelo, utilizaba la escasa fuerza que aún tenía, para ponerse de pies, y extender nueva vez sus alas, convirtiéndola en un cálido refugio para una ave, que a pesar de ahora ser fuerte, y volar a más de tres mil pies de altura, volvía donde él a buscar el calor que le dio cada día, desde el primer día.
Mientras, él, que sabía que había llegado tarde, para acompañarla en cada uno de sus vuelos, utilizó cada segundo para pedir fuerza y aliento de vida, pues hasta el último de sus días, estuvo convencido de que debía seguir protegiéndola.
Una mañana, cuando la luz del sol despertaba, ella salió a volar con la misma destreza y belleza con la que él le enseñó. Fue un vuelo sereno y largo, a pesar de que el viento ahora era a ella a quien le hacía resistencia. Voló y Voló cruzando ríos y montañas hasta el final del día, cuando debía regresar a aquella dura roca que no dejó de ser su hogar, aunque había conquistado el cielo. Por fin, ella había realizado su mejor vuelo. Un vuelo perfecto. Voló alegremente hacia la roca, que se había convertido en el hogar de ambos.
Allí estaba él esperándola con las alas abierta. Aquella vieja ave utilizó su último aliento de vida para extender sus alas y guardarlas abiertas para cuando ella llegara. Para que ella, al llegar, pudiera encontrar su abrigo; y no percibiera que ya él se había marchado, que por fin había realizado su último vuelo.