Desde la comisura de
tus labios rojos
baja hasta la atalaya
del pezón izquierdo,
admira luego las vistas
desde el derecho y,
tras descansar fugazmente
haciendo círculos en
el centro del ombligo,
se adentra sin brújula en
el frondoso Monte de Venus,
debajo del cual encuentra,
por fin, la vereda que lleva
a una gruta secreta
donde halla refugio
al tiempo que da placer
mi lengua.