Ayer marzo y las paredes mutantes
del piso apretaban más de lo normal.
Estaba anocheciendo. Como un zombie
salí a la calle con dirección al fondo
a la derecha de ningún sitio.
A mi paso
las gárgolas entrenaban sus artrosis de memoria
y religiosa urbanidad. Acabé tirando
piedras al río que abraza la ciudad.
Lanzaba piedras afiladas y mudas
como rayos o lágrimas perforantes.
Algunas por aquellos que ya no están
pero siguen estando.
Otras por todos mis errores insubsanables,
por la luz que pelea
en inferioridad militar contra el tiempo.
También por la puta dinámica de este mundo
o de alguna manera para salpicar a algún dios,
y otras solo porque sí.
En la otra orilla alguien lanzaba piedras al mismo río,
(vi piedras más grandes, ásperas
y mudas que las mías)
Nos miramos aproximadamente un minuto
parecido a media vida.
Crucé el puente.
Le dije que a veces escribo poemas raros
aptos para microondas.
Ella me contestó que conocía un bar
de los de antes,
(en el aire sonaban los 091)
Y juro que anoche las estrellas incursionaron
por unas horas
en el lado suroeste de la M-30.
En verdad era un bar de los de antes.