Yo conozco el río,
su fluir constante y rítmico.
Las palabras que desfilan
no pueden sino encontrar su sitio
en el umbral de lo divino.
Vuelvo de allí asiduo
a un ídolo mezquino.
Sea así mi único alivio
en saber que vivo
como marque en mí el destino.
Formo parte de los limbos
cuando todavía más yo me aproximo
a ser vecino de la risa
que retumba en tu castillo
proclamando este es mi grito
de auxilio a toda prisa.
Y lo que avisa es mi castigo
en el rincón contiguo a esta armonía
que hace las migas del espíritu.