Nunca sabre bien que hacer
Si brincas, golpeas y bailas,
Si todo marmol o desgraciado pincel
Insinua tus formas (divinas y sacras).
He de ser yo quien pose los ojos
en tan blanca piel que espanta,
Languido, espectral pero hermoso.
El uno es él, yo soy el otro.
Mi boca blanca y seca
Ardiendo en sed, cubierta de sal
Y arena, su piel y la esculpida carne de él, Hielo de turquesa, cristal de manantial, Ángel de la templanza.
¡Que poder tan grande la belleza
En aquel muchacho!
Altivo y soberbio, niveo halcón
Que enchido de sí se empluma.
No le amo, pero quisiera,
Y si, también su almohada habitar,
Beber de sus pies la lluvia
Y su cabeza en mi pecho anidar.
No es pecado para las esfinges
Desear la carne de los héroes,
No me avergüenza aceptar
Que deseo su vientre en mis dientes,
Cual lobo lamer su piel
(blanca lana de cordero)
Y mi cabeza entre sus piernas,
Enrroscadas como serpientes.
En el vacio frío y oscuro
De las bobedas de mi craneo,
Veo cual meteoro ir y volver
Al piromano Prometeo,
Inflamado en lumbres celestes
Ha resucitado de la piedra
Y a su espalda parece haber alado,
Distante, pasa sin verme,
El pico corneo en mis ojos parece
Traerle hepáticos temores,
A veces, puedo ver su espalda
De plumas erizada, y el rabillo de su ojo en mi propia altives
Fingiendo perderme,
Se sonrie, florece y fructifica
Su boca, como si dentro de ella
Lloviese.