Romey

Bienaventuranza / Dos no son uno, sino tres mas la ausencia (cuentoema)

Solamente me emancipo

en los bosques azules de mi embriaguez

 

Es largo el campo verde: extensión

cuya naturaleza crece para nunca desaparecer

 

Con las alondras parlantes iré a jugar,

a columpiarme en los vientos de calma

 

Tantos lugares salvajes hay mas ayá

de aqueyas impávidas montañas...

 

 

Dulcemente distraida, en aquel cajón abierto a vientos dorados, en su comercio de plumas, de pétalos, de vestidos varios, con colateral intensidad fluyendo a fuera desde su corazón de fuego verde, iluminando secciones y entornos, lanzando vectores asombrosos, miradas livianas, latente clamor previo a una abalancha de sentimientos enfrentados, furor de flores candentes y todas tan radiantes como aqueyas aves que vienen sobre el mar crespo, atravesando telarañas de niebla.

 

Sumamente alegre por haber ya afianzado los pilares del amor, elevado, sin peso alguno, rastreando los pasos nunca perdidos, las leves marcas que quedan en la arena hasta que la marea las dispersa y se las yeva a otros lugares probables, a realidades convergentes, ante ojos negros que de repente esclarece la esperanza de alguna vez verlos juntos, sujetos los dos de un par de manos entregadas.

 

Es el misterio mayor, una cuestión irresoluble, pero eternamente satisfactoria, pues cuando yueve un poquito pueden fusionar sus esencias líquidas mediante la realización afectiva de una danza inefable, secreta como las claves del juego que entretejen al inhalar la brisa primeriza, para despues respirar los aromas que emanan aqueyos poemas, abrir ademas una boteya, beber antes del contacto, tocar las cuerdas del silencio y crear una música innovadora, electrizante sensación que trepa a través de los dedos, que penetra tras la espalda lozana y blanca, saboreando su húmedo cabeyo como la reciente yerba al pie de las montañas.

 

Ayí se dejo ver el unicornio una noche, y les costó bastante contener las ganas de montarlo y marchar trotando por el aire hacia los reinos de la fantasía, y lo consiguieron gracias a tener enterrados los pies en el agua mas fría que recuerdo, rodeados de un humo etéreo, procedente de galaxias muy longevas, ubicadas mas ayá de donde alcanza a rodar cuesta arriba y sin ayuda de la inercia esta vida pasajera.

 

Una sustancia irreal manó de la herida. Tremenda distancia la que diferenciaba a ambos por sus roles del presente pasado. Uno ablandaba las paredes del encierro con palabras ácidas, escupiendo el veneno. Eya disimulaba los devaneos del insomnio virtiendo sal sobre sus muslos tiernos. Pero para terminar este ineludible desasosiego me contemplaron, y se rieron de mis vestiduras resquebrajadas, trasponiendo sus quehaceres mútuos al gusto de saberme cerca, omnisciente, aunque completamente desconocido, como presencia elemental del bosque donde se irán adentrando.

 

El cielo se nota trepidante, desploma sus exhultantes raudales, deviene portentosamente despertando la memoria de ayeres permanentes. Calambres desbocándose en la corriente que circula veloz, desplazamiento de rocas, y la parsimoniosa oscilación de las esferas redondea las órbitas... Las solitarias mitades de una persona que se ve siendo proyectada hacia la otra en forma de eyección sonora, yamarada inocua...

 

Pero dos no son uno, sino tres mas la ausencia, exceptuando la nada que los reduciría a una absurda y diminuta inexistencia efímera. Pronto se fundirán los belfos en la emoción de tantísimos simpáticos impactos, inspirados recitando los tranquilos versos del deseo, expresando sendos pálpitos, singularidades compartidas, siguientes orgasmos, guturales gemidos que excitarán a los famélicos felinos...