Érase un ave dulce y tierna que aprendió a volar,
y no sabiendo a donde ir, voló muy lejos,
agitando sus alas sobre un azul-verde, inmenso mar.
Se escapó del paraíso, siguiendo un falso hechizo
a probar las mieles de otras flores:
Distintos regocijos, las turbias compañías,
y disímiles pensares de otras ideologías.
Queriendo vivir lo que no había vivido,
Probó lo que no había jamás probado:
El fruto del árbol condenado,
engulléndose la manzana de un bocado
Con la fuerza de un famélico viajero.
Sin saber, cerró las puertas del paraíso eterno
Y sin querer abrió las puertas del infierno.
Lo que la salva es la gracia de Dios y su candor eterno.
Ojalá que pronto los vientos del recuerdo
guíen a sus alas hacia el islote de donde se alejó,
antes que las garras de las aves rapiñas
destruyan para siempre su bella ingenuidad…
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12 de abril de 2005 - San Francisco, CA 86 OSCAR LUIS GUZMÁN