A Miguel Hernández,
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Oigo un sordo crisol de soledades
en el fondo nocturno de su ausencia,
entre rejas, recuerdo la existencia
de unos versos plagados de humildades.
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Sigue viva la voz con sus verdades
y un recuerdo que asoma con frecuencia,
nadie puede callar, nadie silencia
los gritos de soñadas libertades.
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Del poeta del pueblo, en su avidez,
y de todo lo dado en su momento,
me quedo con las ganas de vivir.
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Y también con la innata sencillez
de un hombre condenado al sufrimiento
y comiendo cebolla hasta morir.
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Fotografía y poema : Ramón Bonachi.