El viento cimbra los sauces llorones a su paso
como almas, y las hojas muertas del patio,
y el visillo de fuera
de la puerta de doble cristal transparente.
Las linternas solares lucen como cada noche,
espantan las sombras que merodean
el campo sembrado de calabazas.
Nada con vida sigue quieto
y el techo del cenador deviene bandera.
La quietud del aire y las plantas inmóviles
solo son un presagio
y pronto se vuelve a desatar
a soplar con fuerza y peligro
como un haz de otoño
un chorro que traspasara los huesos.