Un día al fin
conseguí que una gatita blanca
y un viejo perro marrón-gruñón oscuro
comieran juntos del mismo plato,
que un anarquista de Veracruz
y un yanki del alt-right
brindaran con la misma botella
de Ribera del Duero del 85
o que un flamenco cirrótico
y una punk adolescente
se rindieran ante el Hey Jude de The Beatles.
Algún otro día logré
que una travesti suicida y un hooligan católico
compartieran la mitad de sus miserias,
unas risas sinceras, un pico en los labios
y medio gramo de coca,
que mis padres una mañana
-por una puta mañana- cesaran sus gritos,
incluso que un boxeador loco
perdonara la vida a un pobre diablo
sobre la sucia acera
de una histórica calle de Madrid.
También que alguna diosa de la noche
abriera sus piernas
ante mi brillante mirada de lobo herido,
y hasta escribir un poema
medianamente digerible
para \"Sus Altezas Poéticas\"
Y es que, sí, amigos,
he conseguido tantos y tantos imposibles
a lo largo y ancho de mi vida...
Pero, no, nunca
nunca conseguí comprender
por qué las personas tantas veces
confunden la verdad con su verdad,
tampoco que mis varios yoes
compartieran un cigarrillo
(y no se mataran entre ellos
dilucidando dónde empieza el horizonte
o cual es el verdadero
y jodido color de la luna)