Matilde, según sé, se escindirá de sí misma
en la gran angostura de un solo puerto amargo
con el revuelto mar azotando al azorado
duro navío, que ya habrá perdido de vista,
pero la constriñe todavía un vivo sueño,
el espejismo que le engendrara tanto duelo
y la pequeña alegría baldía del loco
amor por ese seco suelo, cielo escabroso
donde el vigor de sus tácitos pasos resuena
cual el eco de tormenta tras la opuesta puerta,
en el corazón del triste Fidel, mozo firme
y diestro en el díficil arte de describirle
el gozo de los hermosos peces saltarines
a la riente dama cuya senciyez sublime
lo yena de yuvia, aunque el calor febril subsista
en su búsqueda aparentemente muy sufrida