Julio Puyo Méndez

LA HORA DE LOS MALDITOS

 
Lánguida es la agonizante línea
que sobrepasa un círculo frío
sobre una pesada losa
de piel de cuervo maltratada.

Ahogaba sus deseos sin esperanzas
del bloqueo del escritor,
del anhelo del poeta sin inspiración,
del ansia del humano sin condición
mirando intermitentemente su alrededor.

Estrechada su garganta en el lamento,
sin deseos de sentir,
pues el deseo es un grito estéril
en las paredes de la nada.
¿Me oyes?
¿Oyes mi deseo?
Agitado estéril,
afinado y gris,
llora mi alma cayendo,
cae mi alma llorando
cada noche en el atril.

Creer es vivir en nubes,
vivir es morir en un charco abandonado
sollozando,
cambiando su dirección impulsivamente,
consumiendo nuestro apetito de poeta,
consumiendo la vela de la amarga existencia
de un día gris
de la existencia infeliz.

La inspiración del poeta,
la obtusidad del dibujante,
la altanería del comediante
no son más que un orgasmo de plata,
una masturbación psicológica
en el lienzo del firmamento,
la consumación pretérita del alma,
el estado más puro de la soledad,
el estado más sórdido del tiempo,
la mancha más obtusa de un lienzo
que mancilla los cerebros.

Chorrea, infeliz artista,
esclavo de tu cárcel existencial;
estruja tus abultados testículos sobre el lienzo de la vida,
sólo aquello que tu obtusa mente no puede digerir cada día y envenena a la humanidad;
ábreles los ojos,
ofréceles un nuevo manjar,
todo aquello que nos une con lo divino,
todo aquello que nos trajo un peregrino,
ignorante, estulto, vivaraz
de tu eyaculación universal.

Quién desea beber
ni ultrajar manjares
en el dulce veneno
de tu irreverencia adolescente
si el tiempo
amargo, lacerante
hace del humano
un agujero insaciante,
un esclavo insalvable
de una libido mortal insaciable.