Una jornada como otras,
que transcurrió en esta arena,
tanto ës lo que ha ocurrido…
Mil disparos sordos suenan
y la gran lluvia de plomo
se cierne sobre las vetas
de asfalto de la ciudad;
mil rosas carmín gotean
de aquellos cuerpos inmóviles
que vacían de sus venas
el último aire de vida:
libre soplo que se aleja.
El cielo llora la muerte
de aquellos que están, de seda,
cubiertos en tricolor:
verde, blanco y rojo; el tema
aquíleo baña a los muertos
que el trono azul deja en tierra
sepultados y marchitos…
Esta lucha traicionera,
por codicia y por poder
pudre al país su grandeza
—pues con el carmesí de
la muerte es sólo silueta:
gloria antigua que ya no es
ni será ötra en esta era—...
*
Mil mariposas de argén,
como si pétalos fueran
de rosa blanca ën flor,
tapizan nubes y tierra.
Blanco y puro batir de alas
veo a través de esta reja,
prisión forjada de acero:
metal de tierra minera
bañada en sangre y amargas
hieles, que una mala guerra,
sin sentido, derramó...
Pobres de quienes se entregan
en esta \"lucha sin tregua\",
pues ya la muerte los besa
como Salomé al bautista…
Decapitados protestan:
\"ya somos más de cien mil\";
autoridades lo niegan:
\"no son ni cincuenta mil\"
y queman mil y un carpetas
en la misma hoguera que
devoró, como condena,
miles de urnas cerradas…
Sólo las llamas sinceras
saben toda la verdad:
si el trono que se tolera
es del ganador legítimo
y los muertos que éste lleva
—por maleantes provocados
o el actuar de la Sedena—…