LAS MANOS DE LA VIDA
Cuando enero ardía en sábado en el bosque, tus labios,
cual susurro cómplice, amaron mis fueros despiertos.
Rebosaba el pulso de la vida entre ecos y espacio
y alzó vuelo la paloma abanicando silencios.
Allí, la esquiva felicidad que solo era miga
tornó cual dorado pan casero recién horneado.
Se inundó el bosque de sus aromas que eran caricias
de ese secreto del amor recibido y entregado.
Todo se impregnó con un nuevo acento que copiaba
un sentimiento sonoro en el torrente del alma,
y auguró fiesta la algazara de un casal de horneros.
Cual llamarada de júbilo, cuando enero ardía,
abriose paso la fecunda siembra con su fuego,
y las manos de la Vida aplaudieron su alegría.
Ángel Alberto Cuesta Martín.