Canta la tambora e inquieta
escupe sus lamentos.
El oído avisor de la paloma
marca su compás
en arrullos matinales.
Danza la alondra
sus nupcias mañaneras,
ruge la bestia para anunciar su paso
entre los gigantes que mecen su espíritu al vaivén del viento;
se desperezan los adormilados silvos de cigarras milenarias,
y una voz se angosta como cortesana de su propia garganta.
¡Ahogado grito de esta mi humanidad incierta!
La filantropia del pez asusa el margen de las bravias aguas con el rítmico torbellino de sus iridiscentes escamas.
Un cóndor majestuoso lanza ráfagas de ancestrales presentimientos bajo el duelo de su ardorosa siringe.
Gravita en la cúspide la extensión de las miradas y una sincronía de sueños forma cúmulos multiformes de nubes viajeras que repentizan el tic - tác de esta similitud de amores fugitivos.
...Y cuando el mundo deje en libertad sus llamas...
Nos refugiaremos seguros entre un fulgor de sombras,
para sentirnos libres y al final no vencidos, no mutilados, no vilipendiados;
para ver mi sangre sin que hieda a miedo,
para escribir tu nombre sin que sepa a dudas,
para abrazarte ciego caminante y sea este tu amor sin puntos suspensivos al final de mi fe no disuelta,
para sentirme dueño de mis credos no enjaulados, de mis luchas sin fusiles no del todo silenciadas...
¡Y para que este amor de alegorías sea para siempre y al fin eternizado!
Escucharé en mi silencio no roto, en tu voz no desperdiciada, en tantas manos no disueltas, en las letras no distanciadas y en los corazones no marchitos...
¡Los arrullos no secretos de nuestro propio amanecer!