Armado de intuitivos gestos,
en el umbral del ser,
tropecé con la vida,
influenciando cortas primaveras.
Descubrí que retornar no basta,
que estamos condenados a vivir
en la dialéctica de una razón - sinrazón.
Copado por silencios,
que agotan algunas napas del cerebro,
alimentando necesidades insípidas,
que asomadas, desde las miradas perdidas,
llegan hasta las calles, oficinas y plazas...
Aprendí que no basta ir pronunciando
los hallazgos que muestra el corazón
o levantando por ahí, un “estoy vivo”.
Hay otras cosas que van formando el alma:
memorias que están siempre rondando;
miradas que ya no están,
pero que trazan una historia
en la profundidad de un simple verso,
que se escapó en el plenilunio
de un recuerdo agreste.
Sé que hay que declamar los verbos francos,
para enterrar los ropajes grasientos,
que la cultura dominante nos inventa.
Persistir en la semilla, en el amanecer,
en la fragancia de las miradas del amor…
Perseguir sueños cada día,
ir en la cola de un cometa
para sentir el viento de la primavera
royendo los secretos interminables de los días,
que se fugaron raudos en el atardecer.