Me refugio en el abrigo y como cada noche
salgo al frío de la calle a tirar la basura.
En una mano llevo el peso muerto que contiene
los desechos del día consumado.
La otra, en el bolsillo, busca
en la oscuridad dónde se esconde el alma.
Cargo en una bolsa negra los residuos
para tirar al contenedor:
vacuas conversaciones, caducadas promesas,
gestos inexplicables, el trasiego diario
que me mata a vivir,
el no quererme tanto
salir del espesor humano
un vacío apretón de manos
el olor a cloroformo del fracaso
y esta testuz de nadie entretenida
en hilar soñadoras melodías
inoperantes restos de impotencia
la oxidada agonía de la luz última del día.
Ciudadano de un mundo en reciclaje
separo los vidrios de la infamia para no cortarme,
aparto envases de soledad y miseria
para el contenedor amarillo de la envidia
y vierto lo orgánico del mundo
en el recipiente gris de la podredumbre
en el bastión de este basural
inmenso, profundo y esperpéntico.