De esas cosas que hoy he hecho,
ha sido ir a la barbería,
como es de costumbre a la de siempre,
me asusta el uso de la navaja
en quien no tienes la suficiente confianza.
Allí sentado he esperado a que el barbero
acabara de rematar su faena
con quien sentado, delante de un gran espejo,
se miraba como diciendo,
soy yo y soy diferente,
¡Qué monada!
He visto el último corte de pelo.
Por última vez observé la vitrina,
con peines y cepillos,
colonias de diversas gamas,
espuma para afeitar,
maquinillas manuales y de pilas
de diferentes tipos,
tijeras alargadas,
suavizante para la cara,
botella de espray con agua,
ventilador eléctrico,
radio vieja
con melodías
sacadas de una matraca,
papel para estañar cortes
en alguna parte de la zona
expuesta a ser rasurada y arreglada.
He visto con gozo como se desparrama
la espuma por la cara,
y como mi barbero peina
y desliza el cepillo por la espalda,
hombros, pecho, brazos y piernas
en diferentes pasadas,
he visto como quien se está arreglando
se levanta
y ha dicho \"hasta luego\"
mientras se sacudía la ropa
a base de palmadas,
para quitarse de encima
parte de ese pelo
que se le habia quedado incrustado
en la chaqueta de paño
de principio de temporada.
Y luego me he levantado yo,
él que escribe
y casi les habla,
y me he sentado en el sillón giratorio
y me he mirado
y he cerrado los ojos
y he soñado
con aquel día de una infancia lejana,
en que en una barbería
de un pueblo,
cuyo nombre me suena
a pinar repleto del verdor
de las buenas temporadas,
cogí una rabieta
de esas que solo se pagan
con esto que hago ahora
cuando ya todo me suena
a rebajas.
Le he preguntado a mi barbero
que hará mañana
y me ha dicho
que pelará la pava.
Me he ido triste,
cambiar de barbero
es como cambiar de sentimientos y de alma,
deberían formar eternamente
parte del Olimpo
de ese panteón de dioses
de la mitologia griega,
que tanto nos han dado la lata.