Aguaceros de otoño,
reposa el tiempo
y entra la brisa
como una falsa esperanza.
Plenos los membrillos amarillos
y las uvas moscatel
verdes y doradas
en los huertos del secano,
se desprenden de sus sabores
y sus olores dulces y afrutados
desterrados por la sociedad
del consumo plastificado.
Duermen los barbechos
con un sueño recurrente
en los oráculos de los profetas
incapaces de predecir la sequía,
prisioneros de los hilos invisibles
que controlan el mundo
pero que no alcanzan
a la nada, últimos reductos
de libertad individual.
Hay buen tempero,
se rompe y se desvanece el otoño,
pronto germinarán las semillas
y llegará el gélido invierno.
Nunca se apaga la curiosidad
y el frente meteorológico
se desgasta por el cierzo.
Llega un tren de borrascas,
las piedras se desprenden
por la pendiente.
Saturno no se derrumba
con los primeros fríos.
El hielo no responde,
se aletarga y perdura
impenetrable.
Los grupos secretos
buscan una nueva estrella,
no encontrarán misericordia
si el invierno no tiene cura.