Carlos Rojas Sifuentes

Imperfexión

No hay vida digna,
ni la que se lleva de pie
ni la que se levanta del suelo,
porque, o se hacen concesiones
o se rechazan los compromisos, y
nada hay que equilibre la balanza
y haga posible un justo medio.
Visto el corsé que nos aprisiona,
no hay dignidad a medias.
Ser digno es un valor absoluto,
como la santidad o el heroísmo,
como todos aquellos bocados
con los que nos atragantamos,
sin opción a reflexionar sobre ello.
Y considerando concienzudamente
que la pureza de la vida es imposible
y que no se puede llevar la frente en alto
porque la cabeza tiende a los pies,
la humanidad pesa como una condena
y la gravedad nos empuja al pavimento,
donde se arrastran nuestros sueños,
convengo con los vanos intentos del sol
de llevar la luz a nuestra caverna,
que no encontraremos rastros de dignidad
entre los misérrimos humanos
que pretenden ser ajenos a la naturaleza
y se miran sin remordimiento al espejo.
Solo hay dignidad en la muerte
del que ha vivido dignamente,
casi un oximorón imposible de lograr.
Por ello el paraíso se ha diluido
y todos retozan con descuido,
allá, en el cuarto vacío de silencios,
donde habitan los espíritus soberbios
que crearon dioses imperfectos.
Y por aquellos que buscan ser ajenos,
ya se está extinguiendo la humanidad,
al menos que se la mire como es:
incierta, incorrecta, incompleta,
imperfecta como las rocas del universo,
sin un manto de verdad que la cubra.
Y cada uno aprenda a vivir en la duda,
donde habitan los intentos de ser,
por encima de la certeza de haber sido.