jvnavarro

EL DOLOR DEL ALGODÓN

El pobre en su miseria mendiga un mendrugo de pan,
teme más a su hambre que a la picadura de un alacrán,
este no es el caso de quien aquí se deja ver tal gavilán
para elevar monsergas tal si fuera un viejo capellán.
 
Me veo en la noche sujeto
a una quilla y a un poste,
oteo, observo,
barcos de negreros
que navegan por un océano inmenso,
cargadas sus bodegas
de sed y hambre,
que en la boca de los peces
se convierten
en alimento perfecto
cuando están vacías las despensas
del infierno.
 
Un destino incierto
el látigo doblega el acero,
ya el cuerpo convertido en un trofeo.
 
No puede ni el temor ni la muerte
con el corazón fuerte
del hombre que no responde,
de la mujer que cría
para bien de su raza y cultura prohibida,
convertida en ceniza y pasto de borregos.
 
Mitiga el dolor la música que sale
de los corazones ardientes
que se se saben en tierras de malas gentes.
Son hijos e hijas del suelo y madres
de la luz que se esconde
tras las flores.
 
Blanco el algodón
su color es un pecado
que rompe
el alma de quienes lo cosechan
con esmero.
 
Ya suena el látigo,
ya el cuerpo se doblega,
ya las gotas de sangre
riegan en aquellos lugares
la conciencia de los árboles,
que crecen en las marismas
entre simientes de dolores,
y viejos caimanes de Luisiana
que entretienen su existencia
afilando sus serruchos
con los huesos que rompen,
cuando el sol cae latente
y la noche dulcifica los malos sabores
de aquellos que con sangre
hacen sus vidas grandes
y sus casas convierten en verdes fincas
de recreo y extrañas oraciones.
 
Vuelan las grullas vienen de un Oriente,
planean entre cafetales
de quienes guardan en sus casas
cuentos ancestrales, blues,
sabios consejos, conjuros y aquelarres.
 
Patas de gallos, ojos de serpientes,
escamas de esturiones,
en algún lugar se expone
la cabeza disecada de Jenófanes.
 
Solo un Dios y este sabe,
lo mucho que padecen sus pobres
y lo bien que lo pasan sus ricos
fustigando a los parias y pobres.