La vida es breve,
la memoria, infinita.
Miro atrás.
Me impone mirar atrás
porque creo en el mito.
Si la mujer de Lot
se hizo sal ¿Por qué
yo no? ¿Soy yo más
que ella?¿Acaso soy algo?
Miro atrás
y la senda es inmensa,
no se ve un fin preciso al fondo
sino un punto suspensivo,
una especie de \"The end\"
que en vez de cartografiar
un final propone un principio.
El pasado es un lienzo
sobre el que pintar y repintar.
Es una página virgen
a la que volver y volver
cuantas veces se tercie,
modificando paisajes,
meandros, situaciones, encuentros,
y darles cada vez un tono distinto,
otro matiz, otra aguada,
otro guiño según qué se cuenta,
y tras contornear el dibujo,
concluir el cuadro de un recuerdo,
borramos su tiza y plasmamos otra
manera de verlo, otra percepción.
Al pasar el tiempo, cuando la mente
se va inclinando al peso de los años
y su espalda va siendo cáncamo
vencido por el excesivo peso,
el pasado va envejeciendo,
y el recuerdo se tiñe otra vez,
como el pelo, cada cierto tiempo,
de quien se niega a ser invadido
por la nieve del invierno.
El pasado es una pizarra,
con su borrador al pie, inmaculado
de tanta tiza borrada,
y los recuerdos son las fórmulas
que escribí cuando la profesora
me exhibía delante de los compañeros,
en una picota de vergüenza y sonrojo;
y también las largas frases diseccionadas
en clase de lengua.
Miro atrás y veo un océano,
un mar lleno de estelas
sobre las que superpongo otras,
y esas otras, a modo de palimpsesto,
hacen desaparecer las precedentes.
El presente es apenas la punta
de la punta de un iceberg, el resto...
El presente es solo sensación, y cuando pase,
cuando deba mirar atrás para recordarlo,
devendrá conocimiento, sabor, esencia,
y sabré, a ciencia cierta, qué viví entonces.
Miro mejor adelante...